sábado, 10 de abril de 2010

Moral de Interrogaciones. pag. 1

10 Abr 2010

MORAL DE AYER Y MAÑANA (4)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 10 Abr 2010 - URL Permanente

Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Segunda

1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos

2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana

3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.

4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.

5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia

6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos

4.Moral razonable: orientada por criterios y normas

Si en la característica del epígrafe anterior se acentuaba el aspecto comunitario, en este cuarto rasgo hay que insistir en un enfoque de la moral que sea comunicable y compartible en la sociedad pluralista. Las preguntas de una teología moral razonable, que aspire a ser interculturalmente comunicable y se deje orientar e iluminar por criterios, normas y principios transmitibles humanamente, serían, entre otras, las siguientes:

¿Cómo elaborar criterios, normas y principios de moralidad de tal manera que puedan ser comprendidos e incluso aceptables por otras personas que piensen coherente y honradamente, pero que no compartan la cosmovisión cristiana? ¿Cómo proseguir la tarea, que viene llevándose a cabo a lo largo de la historia de la humanidad, de re-elaborar y re-formular normas y principios que sirvan de cauce a los valores de "humanidad" en que aspiramos a converger, a pesar del pluralismo cultural y cosmovisional? ¿Cómo revisar y repensar incluso aquellos principios y normas que nos parecen más incontestables, de tal manera que sea posible la comunicación acerca de esos temas entre personas honradas de buena voluntad, a pesar de las inevitables diferencias? ¿Qué hacer con los principios y normas recogidos a lo largo de la tradición cristiana? ¿Cómo apreciar y aprovecharse de lo mejor de ese patrimonio sin quedar atados al inmovilismo, ni a la incomunicación, ni a la pérdida de credibilidad tanto dentro como fuera de los ámbitos creyentes? ¿Cómo buscar en constante diálogo los valores morales en los que es posible una convergencia? ¿Cómo colaborar en una sociedad pluralista para buscar en común los valores y criterios morales que nos humanicen más, impidan nuestra deshumanización y puedan ser formulados y reformulados paulatinamente con expresiones cada vez más compartibles y comunicables entre personas de diversas tradiciones culturales y religiosas?

Predominará, sin duda, en el futuro el esfuerzo por dialogar con quienes buscan una ética humana intercultural por encima del pluralismo de cosmovisiones. A la hora de empeñarnos en una búsqueda en común de valores, mediante el diálogo en una sociedad pluralista, necesitamos apoyarnos en dos pilares: a) el intento de reflexión razonable con argumentos válidos, independientemente de las diversas tradiciones culturales y religiosas; b) el intercambio y aportación mutua de las diversas tradiciones religiosas y culturales al tratamiento de los problemas morales. El primero solo nos dejaría reducidos a una ética de mínimos y expuestos a la vulnerabilidad y dificultad de una ética puramente civil y secular. El reducirnos al segundo conlleva el peligro de que cada persona o grupo se quede encerrado en su propia tradición. En el clima futuro de diálogo intercultural e interreligioso, será necesario crear espacios de diálogo sobre los temas morales desde el doble campo: a) búsqueda de una moral intercultural; b) aportación desde la propia tradición. De lo contrario, nos quedaremos en el atolladero del dilema entre secularismos y fideismos.

Para poder llevar a cabo este esfuerzo, habrá que evitar el que cada uno quede encerrado en la preocupación por transmitir reglas y normas prefabricadas. En vez de eso, nos embarcaremos en una iniciativa común de creatividad y de búsqueda prospectiva de una moralidad responsable del futuro de la humanidad. Nos moveremos para ello en el ámbito de diálogo de una doble comunidad: la comunidad de los que comparten el propio credo y la humanidad como comunidad de comunidades. Esto nos llevará a alternativas más allá de la confrontación histérica o el compromiso diplomático. Al mismo tiempo que cada uno cuida su propia tradición de valores y los brinda al diálogo común, haremos un esfuerzo por buscar juntos los valores comunes en que podemos converger: formaremos parte de un equipo internacional de búsqueda pluralista de valores compartibles por cuantos se sientan responsables del futuro de la humanidad y del futuro de la vida.

Por otra parte, pasadas ya las exageraciones neoescolásticas y las reacciones contra ellas, la moral del siglo XXI se sentirá más libre para redescubrir lo que sigue siendo válido en la tradición, sin sentirse obsesionada por defenderla a ultranza ni por negarla de forma acomplejada. Se verán con más serenidad las luces y sombras de la tradición aristotélico-tomista. Efectivamente, esta tradicion tiene la ventaja de fomentar una ética teleológica de la felicidad, críticamente realista y muy anclada en las virtudes de justicia y prudencia. Pero la perspectiva del aquinate en muchos temas concretos, por ejemplo, en materia de sexualidad, está muy condicionada por su entorno cultural y de época. Las reinterpretaciones de Sto.Tomás que redescubran en sus escritos la apertura a una objetividad más inductiva (desde abajo y desde la experiencia) y a un realismo más matizado (desde la inevitable puesta en juego de la subjetividad), servirán para encontrar un terreno de experiencia común e intercultural a la hora de discutir sobre la fundamentación de la moralidad. Es posible, por ejemplo, releer bajo una nueva luz el pensamiento tomista acerca de la ley natural de un modo mucho más sensible para los cambios de circunstancias espaciales y temporales. Dicho de otra manera, para entender la moralidad en el marco de una mentalidad con sentido de la historicidad, en lugar de hacerlo con una mentalidad estática y clasicista. Desde una lectura semejante será posible respetar las diferencias de experiencia según épocas y culturas, a la vez que no desistimos de la posibilidad de un acuerdo básico acerca de una ética humana compartida.

Lejos de los enfoques estrechos sobre la ley natural, será posible redescubrir una razonable cantidad de experiencia humana compartible a través de las culturas. Esto podrá conectar con algunos rasgos (solamente con algunos) de la ética tradicional aristototélico-tomista: "una confianza en que la reflexión razonable sobre la experiencia humana puede conducirnos no sólo a reconocer y condenar la injusticia, sino a persuadir a otros de que también pueden reconocerla y condenarla aproximadamente en los mismos términos que nosotros". Esta manera de leer a Sto.Tomás se puede encontrar en muchos autores de la línea renovadora de la moral tras el Vaticano II. Pero hay también otra corriente opuesta, que trata de basar la moralidad acentuando sólo el compromiso de fe, reforzado por la autoridad de la Iglesia. Ambas tendencias se vieron reflejadas en la encíclica Veritatis splendor, que representó en su día dos puntos de vista diferentes en teología moral no completamente integrados. Por ejemplo, la encíclica reconocía la ley natural como detectable por la razón humana, pero acentuaba fuertemente el magisterio eclesiástico como mediador tanto de la comprensión de la revelación como de la interpretación de la ley natural. Es de esperar que estos malentendidos mutuos queden superados en el siglo próximo.

Ya en la segunda mitad de este siglo se ha avanzado mucho en esta línea. Autores como B. Häring y Fuchs han reinterpretado la tradición acerca de la ley natural. No se insiste tanto como antes en una naturaleza común, sino en una común inclinación a ser razonable. Se es bien consciente de que, al hablar de ley natural, tan metáfora es la palabra "ley" como el adjetivo "natural". A distancia de los días de la encíclica Humanae vitae, se procura hoy evitar sus dos típicos errores: a) confundir naturaleza biológica con naturaleza humana; b) tomar la naturaleza humana como estática e incambiable. Siguiendo al mismo Santo Tomás, se acentúa más el "ordo rationis" que el "ordo naturae". Se concibe la ley natural más como expresión de una tarea que de un código; más como una búsqueda de lo razonable y responsable, un quehacer de la conciencia. La persona humana puede intervenir creativamente de un modo razonable para dirigir el "ordo naturae" de modo que se haga verdaderamente humano. Por consiguiente, no tiene nada de extraño que las normas sean revisables y tentativas.

Cuando esta línea de pensar se sedimente más en el futuro, se podrá superar la actual incoherencia en la manera de usar la iglesia la ley natural: mientras que en doctrina social la usa como "ordo rationis", en moral de la vida pretende utilizarla como "ordo naturae". Al concebir así, con más flexibilidad, la ley natural, habrá en ella más margen para la historia; para dejar lugar a las circunstancias que cambian el objeto, como decía el mismo Sto.Tomás; para fijarse más en actitudes y fines que actos aislados; y, finalmente, para no multiplicar sin necesidad el número de prohibiciones absolutas. Como ha formulado a menudo atinadamente Mc Cormick, la ley moral es más una forma de pensar ("thought structure") que un código prefabricado. Más que una lista de contenidos, es una pauta de creatividad razonable y responsable.

La moral de mañana entenderá así, de un modo más evangélico, más personalista y más flexible lo que había de válido en la tradición acerca de la ley natural. Esta no consiste en un conjunto de reglas, sino en una inclinación a ser razonable y responsable, como decía Lonergan. Es una orientación hacia la búsqueda de los valores que nos humanizan y nos hacen crecer como personas en las diversas situaciones, épocas y culturas. No es un reglamento escrito, sino una sensibilidad hacia los valores que merecen la pena. Lo más universal y válido de ella no son tanto unos contenidos cuanto la manera de preguntar por ellos y no cesar de buscarlos. Por eso no es extraño que haya avances y retrocesos en el hallazgo de esos valores a lo largo de la historia. Tanto en el individuo como en la humanidad hay progresos y retrocesos, crecimiento y decadencia. Ni es raro que haya dentro de la iglesia debates que aclaren, corrijan o enriquezcan la comprensión de lo que hasta ahora se consideraba valioso. Lo universal no reside tanto en las conclusiones cuanto en el modo riguroso y honesto de sacarlas. Si la moral del futuro es fiel a esta orientación, buscará lo universal como tarea que la capacite para criticar todo derecho positivo. Nunca acabaremos de saber qué es lo que más humaniza. Pero el no cesar de buscarlo será el primer rasgo de universalidad de una moral que buscará responsablemente lo que en cada caso y época humanice al individuo y a la sociedad desde las posibilidades que tenemos a mano.

Site Meter

Site Meter

MORAL DE AYER Y MAÑANA (3)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 10 Abr 2010 - URL Permanente

MORAL DE AYER Y MAÑANA (3)

Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Segunda

1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos

2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana

3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.

4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.

5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia

6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos

3. Moral comunitaria: elaborada mediante el diálogo

Hoy se comprende más profundamente la libertad humana y el peso e importancia de la decisión de acuerdo con la conciencia; no se ignora, sin embargo, que esa conciencia no está sola en el mundo, sino en comunidad. Necesitamos la ayuda de los demás. Aquí se nos plantean preguntas como las siguientes: ¿Cómo superar los enfoques individualistas y hacer más relevante y fructuoso para la teologia moral el papel de la ayuda mutua dentro de la comunidad cristiana? ¿Cómo hacer para que el intercambio de experiencias de fe y experiencias de la vida, unido al contraste de opiniones y a la ayuda mutua en el discernimiento, sean significativos y fructíferos en orden al crecimiento y madurez de cada creyente y de la comunidad entera? ¿Cómo buscar, elaborar y practicar juntos los aspectos comunitarios de la moral dentro de la comunidad eclesial? ¿Cómo hacerlo también, no sólo dentro de la comunidad eclesial, sino dentro de la comunidad humana, buscando convergencias para el bien con responsabilidad solidaria por el futuro de la humanidad?

En este marco habrán de situarse las preguntas acerca de la comprensión actual y futura del magisterio eclesiástico: ¿Cómo situar debidamente en dicho contexto comunitario el papel orientador y directivo dentro de la Iglesia? ¿Cómo entender el triple papel de enseñanza, terapia y dirección de la comunidad cristiana al confrontar problemas de moralidad? ¿Cómo conjugar el papel profético con el papel terapéutico de la Iglesia en sus aspectos institucionales y pastorales? ¿Cómo educar para una relación adulta con el magisterio, no meramente dependiente ni tampoco contestataria a ultranza? ¿Cómo entender el papel de la enseñanza de la iglesia dentro de la moral católica de tal manera que sea auténticamente pastoral la manera de enseñar, curar y gobernar?

Esta manera de entender la conciencia, no aislada o encerrada en sí misma, sino ayudada por la comunidad, era importante en los comienzos de la tradición moral cristiana. Se remonta a las recomendaciones evangélicas acerca de la corrección mutua fraternal (Mt 18, 15-35). Nos pueden proporcionar buen material para estudio de casos los textos de 1Co 5 y 6, o también de Rom 14. Alonso Schökel traducía el texto de 1 Thess 5, 11 como "animaos mutuamente y ayudaos a crecer unos a otros". Este sería el programa para un enfoque comunitario de la teologia moral y del acompañamiento pastoral y espiritual. En la historia de la espiritualidad cristiana hay una tradición muy rica acerca del discernimiento. La tradición monástica desarrolló diversas formas de corrección mutua fraternal y acentuó el papel de la ayuda que recibimos de otros (acompañantes, maestros del espíritu o directores espirituales) y la necesidad de esa ayuda en los procesos de discernimiento y crecimiento espiritual. Esta práctica de la ayuda mutua en el discernimiento, de buscar y recibir consejo, proporcionó una base para lo que posteriormente sería el estudio de los casos concretos de moral. Es una tradición que florecerá hasta el exceso durante la época conocida como la era de la casuística. Hoy, después de haber criticado sus excesos, se vuelve a apreciar un aspecto valioso: su contribución a la psicoterapia. En todo caso, la ayuda mutua dentro de la comunidad es un elemento importante del discernimiento moral que necesita ser redescubierto actualmente. El marco para reapreciarlo podría ser la eclesiología centrada en la noción de "pueblo de Dios". Tendríamos que confiar más en la capacidad de discernir, inherente a la comunidad cristiana que trata de responder a las exigencias de la llamada de Cristo. La comunidad es el lugar en que nos ayudamos unos a otros en la deliberación moral. Es también el lugar en el que nos alimentamos y robustecemos con la tradición de su espiritualidad, a través de la liturgia, que nos hace crecer en identidad cristiana y nos lanza a vivirla en medio del mundo.

La moral de invitación y llamamiento conlleva una moral comunitaria, en la que liturgia y praxis social son inseparables. Para quienes tratan de vivirla así, la liturgia se convierte en escuela de vida cristiana y de educación moral: se celebra y se recuerda en ella la relación de Dios con la humanidad y se alimenta con ella la práctica de esta nueva relación de Dios con el mundo, a través de la vida de Jesús, prolongada en la de la comunidad cristiana."La tarea más importante de los cristianos, dice Hauerwas, es ser una comunidad capaz de escuchar la narración de Dios que encontramos en la Escritura y vivir de un modo que sea fiel a esa historia...la cuestión política crucial para la iglesia es preguntarse qué clase de comunidad debemos ser para ser fieles a esas narraciones centrales para nuestras convicciones cristianas". Dentro de un enfoque como éste acerca del aspecto comunitario de la moral, se sitúa adecuadamente el papel de la enseñanza de la Iglesia en este campo. De lo contrario, las concepciones estrechas del Magisterio y el énfasis en el autoritarismo nos podrían llevar a entender el papel de las tomas de posición eclesiásticas sobre temas morales en términos demasiado voluntaristas o legalistas.

Pocos pondrán en duda que la experiencia pastoral, recogida a lo largo de su tradición por la Iglesia, ha sido otra de las fuentes de teología moral. Pero esa experiencia pastoral incluye, no lo olvidemos, tres aspectos tradicionalmente llamados el papel de curar, el de enseñar y el de gobernar. Ahora bien, si estos tres papeles no van acompañados del adjetivo "pastoral", se desvirtúan. No solamente el papel de curar, también el de enseñar y el de gobernar han de ser pastorales. Aquí radica la diferencia entre lo que se entiende por autoridad para enseñar y gobernar en un contexto secular y en un contexto eclesial. "No así entre vosotros...", decía Jesús (Mc.10, 43). La Iglesia deberá recordar siempre que su papel es más el de curar que el de juzgar; es más el papel de ayudar al discernimiento que el de enseñar con la superioridad de quien tiene todas las respuestas de antemano; es el papel de quien es experta en reconciliación, y no el de quien acostumbra a ejercitar autoritariamente un poder de dar órdenes sin dar razones. Si el enseñar, el curar y el gobernar en la Iglesia no son pastorales, no son cristianos. Enseñar, curar y gobernar de un modo pastoral significa hacerlo a la manera de Cristo y con la finalidad de ayudar a las personas a acercarse a Cristo. Si nuestro curar, enseñar o gobernar no acerca a las personas a Cristo, no lo estamos haciendo como El lo hizo y como nos encargó que lo hiciéramos. Este es el criterio principal para revisar y entender la autoridad, el magisterio y la actividad terapéutica corpóreo-espiritual de la iglesia en materias de moral. Juan XXIII lo sugirió cuando tituló una de sus cartas "Madre y Maestra", refiriéndose a una Iglesia que no fuera solo maestra, sino madre y que cuando fuera maestra lo fuera de un modo maternal.

En el próximo siglo quedarán ya lejanas la Humane vitae y las discusiones sobre el magisterio eclesiástico que, a partir de ella, han sido la prueba más fuerte para la puesta en práctica de los criterios del Vaticano II. Con el Nuevo Catecismo (1992) y la Veritatis splendor (1993), han quedado matizadas y modificadas las reacciones por ambos extremos, pero todavía no puede decirse que el diálogo intraeclesial entre diversas conrrientes, dentro del "centro", se haya logrado del todo. No es fácil, en algunos ámbitos eclesiales, conseguir una relación adulta de la conciencia cristiana con el magisterio eclesiástico, que vaya más allá de la dependencia infantil o la contestación adolescente. Este es uno de los atolladeros que tendrá que desbloquearse en las primeras décadas del próximo siglo...

Site Meter

Site Meter

09 Abr 2010

MORAL DE AYER Y MAÑANA (2)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 09 Abr 2010 - URL Permanente

MORAL DE AYER Y MAÑANA (2)

Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Segunda

1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos

2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana

3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.

4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.

5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia

6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos

2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana

No basta solamente con las buenas actitudes, criterios o motivaciones de una moral creyente. En la vida de cada día, en situaciones muy concretas confrontamos problemas difíciles. La moral creyente no es una moral abstracta, sino sumergida en lo concreto de cada situación. Tiene que saber dejarse enseñar por la experiencia de la vida. Aquí las preguntas que abren el debate sobre esta segunda característica serán, entre otras, las siguientes: ¿Cómo elaborar una moralidad que capacite a los creyentes para vivir su vida cotidiana como cristianos en un ambiente no cristiano? ¿Cómo repensar y revisar concretamente la moral en el contexto de la vida cotidiana de los creyentes que viven en un ambiente muy a menudo de increencia y de injusticia? ¿Cómo tratar los problemas morales de los cristianos a partir de esa experiencia de su vida en medio del mundo? ¿Cómo hacer para que la moral no se desconecte de la vida, de la experiencia de cada día? ¿Cómo incorporar, asumir y confrontar el reto que viene de los nuevos datos científicos y de la inminencia de un futuro que ya nos cuestiona antes de haber llegado?

El Concilio, que había insistido en revalorizar la enseñanza tradicional sobre la conciencia, supo juntar esa moral de ayer con la que se necesitará para mañana. Por eso, al insistir en aprender a leer los signos de los tiempos, propuso como método de reflexión y discernimiento sobre cuestiones morales la doble perspectiva del Evangelio y de la experiencia humana. Al insistir en la experiencia humana, desencadenó todo un movimiento de dar importancia a las situaciones concretas, a las llamadas "mediaciones", a la experiencia de la vida cotidiana y a los datos e informaciones que nos proporcionan las ciencias, como elementos inseparables de una conciencia en situación.

En temas de moral social, la reflexión oficial de la iglesia ha incorporado bastante la mediación de las aportaciones venidas de las ciencias sociales. En cambio, en cuestiones de moral sexual, matrimonial y familiar, todavía hace falta integrar la aportación de las ciencias biológicas o de las ciencias humanas. Los retos de la biotecnología y tecnociencia, el pensamiento ecológico o el feminista serán, sin duda, confrontados más a fondo en el siglo próximo. La moral del mañana tendrá que seguir prolongando esta línea y redescubrir el papel tradicional de la sabiduría práctica para emitir juicios en situaciones concretas. Un texto fundamental para comprender este enfoque seguirá siendo el n.46 de Gaudium et spes: "a la luz del Evangelio y de la experiencia humana". En vez de decir " de la razón humana", como se había propuesto por algunos, se dijo " de la experiencia humana". Es el texto que prologa la segunda parte de este documento, en la que se trata sobre algunos problemas concretos más urgentes.

En dicho número había propuesto el Concilio una metodología básica: "escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio", porque estamos en "una época de cambios profundos y acelerados". Al decirlo tiene en cuenta el Concilio el gran cambio que ha supuesto el paso de una mentalidad clasicista y estática a una mentalidad con sentido histórico y dinámica. Dice en el n.5: "La humanidad pasa de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva". En el n.43 dice: "no piensen los fieles que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta a todas las cuestiones, aun graves, que surjan". A partir de entonces se eleva la experiencia de la humanidad a la categoría de "locus theologicus". La teología moral no irá desde arriba a configurar las realidades terrenas aplicándoles, sin más, principios generales, sino hará por aprender de ellas y dejarse configurar desde abajo, tanto por la experiencia como por las ciencias. Siguiendo estas orientaciones, la teología moral del mañana se harámás inductiva, más en inserta en la vida, más elaborada desde y para ella. Cuando se tome en serio esta metodología brotarán, entre otras, las consecuencias siguientes: aprender de otras confesiones cristianas; de otras religiones; de no creyentes de buena voluntad; dialogar con la ética civil y la ética de mínimos; dialogar con la ética secular; cooperar en el proyecto de una ética mundial; fomentar actitudes de búsqueda, diálogo, creatividad, modestia o provisionalidad; cobrar mayor conciencia de la complejidad de los problemas y estar más dispuesto a dejarse enseñar por los especialistas de cada campo científico.

También seguirá cultivando la teología moral del futuro una mayor sensibilidad ante la problemática del cambio socio-cultural y de la justicia social. La teología moral católica de las últimas tres décadas ha prestado más atención que hasta ahora a temas de justicia social (guerra nuclear, violencia, terrorismo, derechos humanos, desarrollo internacional). Pero aún más importante es el hecho de que la teología moral haya percibido mejor la conexión entre ética personal y ética social, entre el modo de enfocar los problemas de la vida y los de la justicia. El Cardenal Bernardin habló de una “ética coherente sobre la vida". Las cartas pastorales de los obispos de EE.UU. sobre la paz y la economía iban también en esa misma línea de pensamiento. Veían, por ejemplo, tanto la carrera de armamentos como el aborto vinculados por el denominador común de constituir amenazas a la vida humana.

Este tipo de enfoque, que junta la ética social y la ética de la vida, se ha venido extendiendo recientemente a problemas como los del tratamiento médico, el cuidado de las personas mayores o las aplicaciones de las investigaciones genéticas. Pero aún nos queda por delante la tarea de aplicarlo de un modo coherente a temas como el de la contracepción, la esterilización o las terapias de infertilidad. "Estos temas, ha dicho Cahill, no se pueden considerar independientemente de perspectivas más amplias sobre la sexualidad y sobre mujeres y hombres no tan sólo como agentes sexuales, sino como personas, en las que convergen multitud de responsabilidades y de cargas. Meramente el prohibir ciertas opciones en el terreno de la sexualidad no puede ser una respuesta eficaz ante los factores sociales, culturales y económicos que conducen o acorralan a las personas hasta situaciones en las que hay que decidir. La enseñanza de la iglesia no será creible ni eficaz si no conecta de un modo significativo con las experiencias reales y a menudo penosas de las personas. Tampoco será creible esta enseñanza si aísla las opciones particulares fuera del conjunto de la red de acontecimientos, decisiones y opciones vitales, o si se huye de la complejidad de la vida para refugiarse en un legalismo ajeno al evangelio.

Todos estos enfoques no son novedosos. Coinciden con la experiencia cristiana primitiva, que no se redujo a orar y participar juntos en la liturgia o a aprender en la enseñanza de las homilías unos criterios para la vida. Un elemento decisivo en la configuración de la moral cristiana fue la experiencia de la vida cotidiana en medio de una sociedad que no se regía, ni mucho menos, por criterios cristianos. En ese contexto concreto se confrontaban dilemas, problemas y tensiones nada fáciles de resolver. Y esta experiencia de vida se convirtió en una de las fuentes de la moral. Era fácil huir del mundo y era fácil olvidarse de la fe; lo difícil era vivir coherentemente la propia fe, en medio de la vida social cotidiana en un mundo que se rige por otros criterios y aprecia otros valores. Podemos imaginarnos la situación del ciudadano romano creyente, que era soldado o comerciante o funcionario: se planteaban en esos contextos los problemas de la mentira, el homicidio, el aborto o la objeción de conciencia frente a la violencia y la guerra.

En el futuro, en medio de la sociedad pluralista y secularizada, las tensiones serán aún mayores y se cuestionará el futuro de la fe en el mundo en que vivimos. Seguirá agudizándose el problema de las relaciones entre las creencias y las culturas. La moral, como lucha por la liberación frente al mal, revestirá dificultades peculiares en una sociedad en la que el mal se hace cada vez más estructural e impregna unas instituciones más complejas que las antiguas, en las que se diluye la responsabilidad personal.

Puestos en esa situación, no bastará a los cristianos la reserva de criterios y actitudes evangélicas mencionados en el punto anterior. Necesitarán al mismo tiempo información concreta, suficiente y adecuada acerca de la sociedad en que viven, cuya situación tendrán que analizar mejor. ¿Hasta qué punto vivir en confrontación y hasta qué punto son aceptables los compromisos? ¿Qué alternativas se ofrecen a la perpetua confrontación o el compromiso continuo? Los manuales tradicionales trataban esta problemática al hablar de la cooperación al mal y distinguían hábilmente varias clases de cooperación: directa, indirecta, etc. Hoy las cosas son mucho más complicadas y aún lo serán mas en el futuro. ¿Es posible dar un paso por la megápolis burocrática informatizada sin estar cooperando a infinidad de males? ¿Cuándo, dónde, en qué temas y hasta qué punto mantener la confrontación? ¿En qué se puede ceder sin ser incoherente e injusto? Los cristianos que vivan esta problemática en medio del mundo tendrán que hablar en comunidad sobre ello y seguir buscando junto con otras personas de buena voluntad las alternativas aún no encontradas. No podrán esperar de la Biblia o de la Iglesia soluciones prefabricadas. La sociedad del mañana será aún mas compleja que la de hoy; también la moral, que no tendrá respuestas prefabricadas (cf. Gaudium et spes, 33). Se requerirá más especialización, a la vez que modestia y colaboración; será necesario releer, repensar y resituar, a la luz de la preocupación por los valores, tanto las experiencias de vida cotidiana como las aportaciones del campo científico y tecnológico.

Site Meter

Site Meter

08 Abr 2010

MORAL DE AYER Y MAÑANA (1)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 08 Abr 2010 - URL Permanente

MORAL DE AYER Y DE MAÑANA

(Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Segunda

1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos

2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana

3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.

4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.

5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia

6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos

 

Durante la década siguiente al Concilio Vaticano II se renovó la teología moral en una línea felizmente prolongada y enriquecida hasta nuestros días. Pero en aquella primera década aún se cernía demasiado sobre ella la sombra de las tendencias preconciliares. Se percibía, en el modo de hablar y escribir de los teólogos favorables a la revisión de la moral, una preocupación un tanto obsesiva por contraponerse a la moral de los ultimos tres siglos.

 El Concilio Vaticano II dio un impulso renovador a la teología moral católica, trazando la orientación fundamental para repensarla. Partiendo de esa base, los teólogos católicos han venido revisando la moral durante las últimas décadas. Han seguido básicamente la doble recomendación del Concilio: arraigo tradicional y respuesta a los retos actuales de cara al mañana. No bastaba con un simple arreglo cosmético de los manuales usados hasta ahora. Había que incorporar los resultados de la exégesis y los estudios históricos. Había que dialogar con las ciencias sociales y las ciencias de la vida. Había que rearticular la síntesis de lo bíblico y lo antropológico. Al acometer esta obra de renovación, que algunos han llamado atinadamente de "re-fundación", no han sido pocas las dificultades encontradas.

 A lo largo de las dos últimas décadas se ha consolidado la reforma de la moral en el ámbito académico de la teología, pero se han reafirmado también los brotes de la reacción anticonciliar desde diversos ángulos del entorno eclesiástico. Si en la década anterior los teólogos eran muy sensibles a la confrontación con la "sombra preconciliar", a medida que avanzaban las dos décadas siguientes se hicieron cada vez más sensibles a la "sombra anticonciliar". Actualmente vivimos una situación histórica que nos exige no polarizarnos en ninguna de esas dos sombras. Ahora, en el siglo XXI, está llegando el momento de dejar de pensar, hablar y escribir en contraste continuo con lo preconciliar de ayer o en confrontación incesante con lo anticonciliar de hoy. Hay que dejar de "pensar-contra" lo de antes o "pensar-contra" lo que pervive de lo de antes. Ha llegado el momento de repensar la moral desde hoy de cara al mañana.

 En esta línea positiva y esperanzadora se orientan las reflexiones sobre el presente y futuro de la ética teológica por parte de autores como Häring, Fuchs, Mc Cormick, Mafgafrita farley, Lisa Cahill, M. Vidal, Keenan, Mahoney, etc., por no citar más que unos pocos ejemplos. Coinciden todos ellos en señalar la importancia, para el futuro de la moral, de las tareas que voy a resumir a continuación. Estas tareas no son totalmente nuevas. Las ha confrontado, de una u otra manera, la moral teológica a lo largo de su historia; pero aquí me fijo particularmente en algunas características que parecen especialmente urgentes de cara a los próximos años.

 1. Moral creyente: iluminada y motivada por valores evangélicos

 Resulta demasiado evidente que la moral cristiana ha de estar en relación con la fe, de la que brota como consecuencia. Igualmente obvio es aludir a la base bíblica y evangélica de esa fe y esa moral. La moral cristiana será siempre una moral de creyentes, centrada en el Evangelio. Lo que ya no es tan obvio, haciendo que se dividan las opiniones entre los mismos creyentes, es el modo de entender la normatividad de la fe y de los criterios evangélicos. Por eso, al hablar de moral creyente, he querido subtitular expresamente así: "orientada e iluminada por valores evangélicos". No es lo mismo recibir del Evangelio orientación y motivación, luz y fuerza, que obtener automáticamente soluciones y respuestas prefabricadas.

 Las preguntas para plantear la tarea de la moral del mañana como moral creyente se podrían formular así: ¿Cómo hacer que la teología moral católica brote de actitudes evangélicas y se apoye en una fundamentación bíblica? ¿Cómo elaborar la reflexión teológica moral de tal manera que resalte su arraigo evangélico, es decir, que las actitudes morales sean consecuencia de la fe ?

 Nadie pondrá en duda que el mensaje de Jesús, su predicación de las Bienaventuranzas en el sermón del Monte y su anuncio del Reino de Dios, invitándonos a esperarlo y a construirlo, está en la base de la moral cristiana de ayer y, ciertamente, lo seguirá estando en la de mañana. Pero la interpretación y reinterpretación del mensaje bíblico está sujeta, por lo menos, a dos variables: la mayor comprensión exegética de los textos y las nuevas situaciones históricas en que se los lee. En las últimas décadas, el desarrollo de la hermenéutica bíblica ha influido notablemente en la teología moral. Pero sigue siendo cuestionable el modo de integrar los estudios bíblicos y las reflexiones teológicas sobre moral, así como el modo de conectar en la práctica la moral cristiana con actitudes evangélicas.

 El Concilio Vaticano II dijo, en la Optatam totius n. 16, que convenía renovar la teología moral teniendo mucho más en cuenta la Sagrada Escritura. En respuesta a esta llamada, aumentó el influjo de la Biblia en los estudios de teología moral posteriores al Concilio, contrastando con su ausencia o escasez en épocas anteriores. Es cierto, sin embargo, que este cambio venía preparado desde mucho antes por estudios como los de Gilleman, Tillmann, L’Hour, Schnackenburg y otros.

 En los años siguientes al Concilio se comenzó a incorporar mucho más la Biblia en los libros de moral; pero esto no significó siempre una integración de Biblia y Teología moral. A veces, se trataba simplemente de añadir citas o de yuxtaponerlas sin suficiente integración. Si nos fijamos en los manuales de teología moral, vemos que se ha dado un cambio: se ha pasado de no manejar la Biblia, o utilizarla de un modo forzado, a citarla más y mejor, buscando en ella luz para enfocar los problemas morales, insistiendo más en invitaciones y aspiraciones que en meras obligaciones y deberes.

 Esta línea tendrá que seguir siendo prolongada por los teólogos morales del futuro, que buscarán en la Palabra de Dios inspiración, luz y fuerza para formar comunidades creyentes que vivan de acuerdo con ella. Por su parte, los exegetas seguirán descubriendo las repercusiones morales de algunos temas bíblicos aún insuficientemente aprovechados. La moral, repensada en contacto con la Palabra de Dios, estará cada vez más animada por la fe. Al colocar de nuevo a la moral en su debido sitio dentro de la teología, tendrá cada vez más sentido hablar de ética o moral teológica que de teología moral. Este giro en el nombre de la disciplina, que ya ha comenzado a darse por autores pioneros, es significativo. Tiene, además, que ver con el carácter ecuménico de la moral teológica, ya que en otras confesiones cristianas era corriente el nombre de ética cristiana o ética teológica.

 Al decir que el Evangelio nos proporciona orientaciones y motivaciones, pensamos en la metáfora de un faro que señala el camino y nos anima a dirigirnos al puerto, pero no nos ahorra el esfuerzo de remar por propia cuenta. Otra metáfora apropiada sería la de las raíces. Sería adecuado hablar de "arraigo evangélico" de la moral, en vez de hablar solamente, en abstracto, de fundamentación evangélica. Encontramos en la bibliografía reciente de moral cristiana obras que tratan del "mensaje moral del Evangelio" o de "la moralidad según el Nuevo Testamento" y otros títulos semejantes. Pero aquí, con la metáfora de las raíces, quisiera poner el acento en un tratamiento de los problemas morales inspirado básicamente en el Nuevo Testamento, aunque no siempre formulado, razonado o resuelto en sus páginas. El Evangelio proporciona orígenes y raíces a las actitudes morales cristianas. Lo cuál es distinto de dar soluciones ya hechas y programadas.

 Pero para redescubrir y hacer fructificar el arraigo evangélico de la moral, necesitaremos unos métodos de lectura bíblica como los propuestos por el documento sobre la lectura de la Biblia en la Iglesia.1 En una lectura así, la Biblia no dará respuestas prefabricadas para los problemas morales. Tampoco se excluirá el encontrar apoyo en las actitudes bíblicas para tratar problemas que en aquel tiempo no existían. Entre la Biblia y la situación o problemas actuales se situará el lector creyente. Este, influido por orientaciones bíblicas, se pondrá, junto con otras personas -creyentes o no creyentes- a buscar para los problemas de hoy las soluciones que aún no están dadas de antemano. Cristianos y no cristianos pueden estar de acuerdo en muchas cuestiones de moralidad, lo que no obsta para que el cristiano encuentre un refuerzo a sus actitudes morales en motivaciones de inspiración bíblica: su fe le ahonda la fundamentación de una moral, en la que puede coincidir en muchos de sus aspectos con los no cristianos.

 Al alimentarse bíblicamente la moral, se capacitará cada vez más para proporcionar visión y sentido de la vida; recuperará así su papel de predicar la esperanza, en vez de obsesionarse con la reprensión de la inmoralidad. Cuanto más se configure la moral según este patrón evangélico, menos se empeñará en extraer de la Biblia una síntesis única que podría llamarse, por ejemplo, la "moral del Nuevo Testamento". Más bien se reconocerá que hay un pluralismo moral en la Biblia, en el Nuevo Testamento, histórica y culturalmente condicionado. Al tratar de extraer del Nuevo Testamento una guía para la actuación moral, ya no nos podremos reducir a una especie de colección de "dichos morales de Jesús", sino tendremos que captar una manera de ver la realidad y de vivir en ella que brote como consecuencia de la fe en Jesús. Habrá que ir más allá de lo que Jesús nos ha dicho que hagamos; habrá que aspirar a que lo realizado por Jesús para nosotros y entre nosotros provoque la respuesta de nuestra actuación moral. Esta moral tendrá más que ver con el ser que con el hacer y el deber. Como ha repetido el famoso moralista protestante Gustafson, encontraremos en la Biblia una "realidad revelada" mucho más que una "moral revelada". Al entender así la moral, se comprenderá que tiene más que ver con nuestro "ser en Cristo" que con nuestro mero "hacer". Dicho con otras palabras, una moral bíblica y teológica tendrá que referirse, ante todo, a nuestra relación con Dios. Han insistido en este aspecto los autores que como Häring y Chiavacci han hablado de la moral como respuesta. Para fomentar esa respuesta ayudará el que la teología se haga más narrativa y más comunitaria.

 También es de esperar que, al orientarse en esta línea la moral, vayan quedando lejanos y superados los debates de los años 60 y 70 sobre lo específicamente característico de una moral cristiana. No acababan entonces de resolverse los malentendidos entre dos tendencias opuestas; la que insistía en una moral de fe y la que buscaba una moral humana, a veces llamada secular, autónoma o civil. Todos estos términos se han entendido en sentidos muy diversos y opuestos y han dado lugar a confusiones y malentendidos.

 Cuando tratamos de descubrir cómo configura Pablo su juicio moral, lo vemos moverse en dos campos: el de las motivaciones a partir de la fe y el de la argumentación que apela a la conciencia de cualquier persona y la ley escrita en el interior de los corazones. Por ejemplo, en Eph 4, 25 nos presenta dos motivaciones para no mentir. Una, desde la fe. Otra, apelando a nuestra común humanidad. También es muy típico el texto de Rom 14, 22-23, donde Pablo dice tajantemente que "cuanto no procede de convicción interior es pecado".

 Es de esperar que la moral teológica del futuro siga explotando esta veta. Es de desear que acuda a las fuentes bíblicas en busca de ayuda para configurar nuestra identidad cristiana en sus actitudes básicas y de orientación para formar nuestros criterios de decisión frente a problemas para los que la Biblia no nos va a dar respuestas prefabricadas. El nutrirse bíblicamente nuestra moral no significará que se nos ahorre el pensar honrada y personalmente o el decidir en conciencia responsablemente en situaciones que no están del todo claras. La totalidad de la vida cristiana, brotando como consecuencia de motivaciones bíblicas y actitudes evangélicas, será el ámbito de la moral cristiana. Consiguientemente, la Teología moral estudiará cómo ha de ser la vida cristiana en medio de la sociedad actual a la luz del Evangelio.

 En realidad, como dije antes, esto no es tan novedoso como podría parecer. Esta es la auténtica tradición de moral cristiana en las raíces de lo que, a lo largo de los siglos, se configuró en los moldes que hemos conocido como "teología moral". La proclamación del Evangelio en la liturgia y en la catequesis, especialmente el contenido gozoso y fuertemente motivador hacia el prójimo del sermón del Monte, ha sido una de las fuentes principales de moral cristiana. En el cristianismo primitivo la enseñanza acerca de la gracia, los sacramentos y la oración precede a la enseñanza sobre la moralidad. Tomás de Aquino lo entendió bien y colocó las virtudes de fe, esperanza y caridad como base bíblica de la moral cristiana.

 En los primeros tiempos del cristianismo aún no había libros de texto de moral. No existían los términos "moral cristiana" o "teología moral". Pero sí había una enseñanza moral centrada en actitudes y motivaciones evangélicas. Tanto en el contexto de la liturgia (por ejemplo, la homilía) como en el de la instrucción catequética que servía de preparación para el bautismo, había una enseñanza moral en la que tenían gran peso las motivaciones bíblicas, más que los contenidos detallados. Durante la preparación para el bautismo se solía insistir en lo que se llamaban "los dos caminos", el de Cristo y el del mal. Se presentaba la fe como inseparable de la conversión del corazón y cambio de mentalidad: una opción por la persona de Cristo y su estilo de vida.

 La Biblia, especialmente el Sermón del Monte, era para los primeros cristianos y para los autores de la época Patrística la primera fuente de enseñanzas morales. Por eso, no se limitaron a sacar simplemente conclusiones morales a partir de determinados pasajes bíblicos, sino que se percataron de que todo el conjunto de la Escritura era un mensaje de esperanza de parte de Dios, que llama al ser humano a la auténtica felicidad. Responder a este llamamiento es una de las actitudes básicas de una moralidad centrada en la búsqueda de la verdadera felicidad humana, más allá de una mera moral de deberes y obligaciones. Esta muy de acuerdo con toda esta tradición el entender los mandamientos de Jesús más como "palabras de vida", propias de una "moral de la Alianza", que como meros mandamientos: son encargos (Jn 14 ), que no deben convertirse nunca en una carga (1 Jn 5, 4 ). El amar como El ha amado es posible porque El pone en nosotros su Espíritu, con el que nos capacitamos para amar.

 Naturalmente, al propugnar esta línea, habremos de llevar cuidado de evitar que, en el otro extremo, aparezcan peligros opuestos: los fideismos y fundamentalismos. Al acentuar una moral como consecuencia de la fe, puede aparecer el peligro de presentar la moral cristiana como si fuera completamente diferente de la moral humana. Sin embargo, la vida cristiana es la vida humana de hombres y mujeres que son cristianos y que viven, junto con miembros de otras religiones o de ninguna religión, en medio de la sociedad actual tan plural. Habrá que insistir en la necesidad de redescubrir desde la Biblia una moral de actitudes y de interrogaciones, que ilumine y dé fuerzas para buscar respuestas a dilemas para los que ella no nos dará soluciones prefabricadas.

La clave para que esta moral creyente sea una moral de fe y no una moral "fideista" está, hay que repetirlo, en el modo de interpretar la lectura evangélica y su papel en la fe y en la moral. Es, digámoslo de nuevo, un problema de actitudes hermenéuticas. El que la ética cristiana deba fomentar hoy y mañana aquellas formas de comportamiento que pueden desempeñar una función similar a las que descubrimos en el Nuevo Testamento no significa que hayamos de reproducir al pie de la letra todos y cada uno de los modos de comportarse de aquella época reflejados en el texto bíblico.Al enfocar de este modo la relación de exégesis bíblica y teología moral, habrá que evitar dos actitudes. Una es la exageración de aplicar textos bíblicos a cuestiones actuales de un modo forzado. Otra es la exageración opuesta: la de hacer ver que los textos bíblicos carecen de relevancia para la problemática actual.

 Tomemos un ejemplo concreto del campo de la ética sexual. "No se puede esperar del Nuevo Testamento, dice la teóloga moral L.S. Cahill, que especifique una ética sexual como tal, por la misma razón que tampoco nos proporciona una ética de conjunto en otras esferas de la actividad humana. La ética en el Nuevo Testamento no es un tema de interés independientemente de las nuevas relaciones con Dios iniciadas por Jesús. El Evangelio versa sobre la Buena Noticia del reino de Dios y es una invitación a vivirlo; pero no es un sistema atemporal de instrucción moral".2 Pero esto no quiere decir que, para esta autora, el Nuevo Testamento carezca de relevancia para nuestro comportamiento en medio de la sociedad actual. Todo lo contrario. Leyendo el Nuevo Testamento aprendemos, dice, el sentido concreto del Evangelio en relación con las situaciones de vida de las primeras comunidades cristianas. Tal manera de vivir como comunidades de fe en medio del mundo es retadora, a la vez que paradigmática para nosotros. Pero los autores del Nuevo Testamento no estudian sistemáticamente todos los aspectos de cualquier problema moral. Además, no todas las orientaciones o ejemplos concretos de moral que encontramos en el Nuevo testamento son válidos sin más fuera del contexto de su época.

 Siguiendo con el ejemplo de la sexualidad y la diferencia genérica, Cahill piensa que la cuestión básica es "cómo pueden la fe y la vida cristiana romper o, al menos, modificar las relaciones de dominación y mejorar la solidaridad por encima de las limitaciones impuestas por el estatuto social del matrimonio y la familia". Justamente a continuación de haber formulado esta pregunta, añade: "no podemos esperar que el Nuevo Testamento responda por completo a esta cuestión, ni que las comunidades primitivas hayan realizado plenamente sus metas implícitas."3 Por supuesto, las investigaciones sobre la sociedad palestina en tiempo de Jesús y las dos generaciones siguientes de sus seguidores ayudan mucho para captar cómo El y sus discípulos reaccionaron e, incluso, desafiaron las relaciones sociales tan estratificadas de entonces. Es particularmente ilustrativo considerar los vínculos sociales que conectaban a quienes vivían en una economía de patronazgo y clientela, así como la ideología religiosa que organizaba el estatuto y rango social de las personas según unas leyes de pureza ritual y de jerarquización genérica propias de la familia patriarcal.

 Cuando la teología moral del mañana trate los problemas de sexo y género, deberá seguir el modelo de desafío social radical de las comunidades primitivas, aunque no aplique a la letra sus soluciones o conclusiones concretas. Las comunidades primitivas acentuaron la solidaridad y el compartir por encima de las fronteras de sexo (varón-mujer), clase social (libre-esclavo), o cultura (judío-griego). Se estaba iniciando un nuevo estilo de vida, que se oponía críticamente a los presupuestos habituales acerca de las relaciones de poder y control sobre otras personas. Las comunidades primitivas estaban iniciando un cambio en esquemas de comportamiento social para pasar de la familia, sociedad y estado patriarcales a una nueva familia de hermanos y hermanas en Cristo.

Me he alargado, siguiendo a L.S.Cahill, en el ejemplo relativo a la sexualidad, porque ilumina mucho el nuevo modo de entender la relación entre Biblia y Teología moral. En resumen, del Nuevo Testamento recibiremos inspiración y fuerza para actuar en su misma línea, aunque el contexto social exija conclusiones y soluciones concretas diferentes. Aprenderemos del Nuevo Testamento el criterio básico de la compasión y la solidaridad, que incorpora a la comunidad a aquellos que no han sido tratados como personas o han sido marginados. Pero cuando tratemos de llegar a orientaciones más concretas y detalladas para la acción moral, habremos de tener en cuenta varias fuentes de juicio moral; por ejemplo, la experiencia concreta, la reflexión acerca de esta experiencia, la aportación de las ciencias y de la filosofía, así como de otras culturas y religiones. Un enfoque así, amplio y dialogal, para la ética cristiana está garantizado por el precedente bíblico. La fe lo fomenta, pero no es un enfoque encerrado en sí mismo ni atado a un biblicismo estrecho.

1 El optimismo que nos infundió este documento compensó, en 1993, las reacciones pesimistas con motivo de laVeritatis splendor.

2 L.S.CAHILL, Sex, Gender and Christian Ethics, Cambridge University Press, New York 1996, 121

3 Ibid. 122

Site Meter

Site Meter

28 Mar 2010

MORAL DE INTERROGACIONES (6): INVOLUCIONISMO DE CURIA

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 28 Mar 2010 - URL Permanente

(Se reproduce en los blogs anteriores, en éste y en los siguientes, una antología de textos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998.En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunica que la edición de este libro está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicar esta antología en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Primera

MORAL EXPLORADORA

1. Encrucijadas de discernimiento

2. Retrospección y prospección: el arte de preguntar

3. La sana perplejidad

4. ¿Renovar o recrear?

5. Tareas, estilos, menús y herramientas

6. Tres décadas a vista de pájaro: Involucionismo de la Curia

  1. Involución de la Curia romana contra el Vaticano II

(Este epígrafe, titulado en la versión original “Tres décadas a vista de pájaro”, bien podría titularse hoy “Restauracismo anti-vaticano II, al alimón JP y JR”).

Como apéndice de este primer capítulo introductorio, podría ayudar un recorrido, someramente y al hilo de la cronología, por la panorámica de estos últimos años. Se pueden consultar estudios más detallados, que se remontan a los últimos ciento cincuenta años para descubrir los hitos de la renovación, de la reacción contra ella y de las nuevas síntesis. Aquí no me voy a remontar ni siquiera hasta los años cincuenta, sino me limitaré a unas pocas muestras de la época postconciliar1.

Comienza, tras el Concilio, la puesta en práctica de las recomendaciones hechas por Optatam totius,Gaudium et spes y Dignitatis humanae. Los años 1967-68 presentan un contraste: notable toma de conciencia del problema Norte-Sur, como se pone de manifiesto en la encíclica Populorum progressio (1967), pero incapacidad para desbloquear el tema de los anticonceptivos, como se ve en los debates en torno a la encíclica Humanae vitae(1968). Aquí se libró la primera batalla que puso a prueba la moral postconciliar.

Desde 1965 a 1990 se suceden debates sobre principios y discusiones teóricas sobre temas como el proporcionalismo, la argumentación deontológica y la teleológica. La revisión del razonamiento moral se lleva a cabo durante unos 25 años. Fue decisivo el artículo de P.Knauer, en 1965, sobre el principio de doble efecto, así como los numerosos escritos de Fuchs, Schüller y McCormick. En 1970 Grisez, veía en esa línea una “revolución en principio”, bajo la apariencia de clarificar ideas tradicionales. Estas reflexiones desembocan en la corriente conocida con el nombre de proporcionalismo, que ha sido controvertida, no sin malentendios, con motivo de la encíclica Veritatis splendor(1993).

Hay que retener tres fechas importantes para la iglesia en América Latina, que repercuten en otras partes del mundo a la hora de confrontar la problemática social: 1968 (Medellín), 1979 (Puebla) y 1992 (Santo Domingo). El año 1971 marca un hito decisivo. Es el año del Sínodo que trató sobre la justicia en el mundo. También el de la publicación de la Octogessima adveniens. Del mismo año es la carta de Pablo VI al Cardenal Ursi, arzobispo de Nápoles, sobre directrices para la renovación de la teología moral (30-X-1971). La Congregación General 32 de la Compañía de Jesús, 1973-74, acomete a fondo el tema de la justicia en su decreto cuarto. Pero, justamente ese mismo año, 1974, el Sínodo de obispos trata de suavizar lo dicho en el 71. Sin embargo, el documento pontificio postsinodal Evangelii nuntiandi (1975) adopta un tono sintético con amplitud de miras.

La publicación, en 1975, de Persona humana por la Congregación para la Doctrina de la Fe, suscita debates sobre la sexualidad y muestra prejuicios contra el tema de la opción fundamental, como también ocurrirá luego, con motivo de la Veritatis splendor, en 1993. Al año siguiente, en 1976, Monseñor Lefebvre ordena a 13 sacerdotes y 13 diáconos, pese a la prohibición expresa del Papa. Se acrecienta la tensión entre intentos de vuelta atrás y renovación postconciliar. El mismo año se oyen duras críticas del Papa a “Cristianos por el socialismo”. Un año después se produce la suspensio a divinis de Girardi, su fundador. Los teólogos europeos defienden a los teólogos latinoamericanos propugnadores de la teología de la liberación.

En 1977 se celebra el V Sínodo Mundial de Obispos. El tema es la catequesis. Los tres puntos clave de la Evangelii nuntiandi: compromiso, proclamación y celebración, se repiten; pero se les quita garra y fuerza de impactar, al quedar muy suavizadas en el documento final esas tres expresiones típicas de laEvangelii nuntiandi. En 1978 se acentúan las críticas por parte de la Comisión teológica internacional contra la Teología de la liberación. Es el “año de los tres Papas”. Muere el 6 de agosto Pablo VI. Juan Pablo I, elegido el 26 de agosto, fallece el 28 de septiembre. Es elegido Juan Pablo II el 16 de Octubre. Es el primer Papa no italiano desde 1552. 1979 es el año de la conferencia de Puebla y la encíclicaRedemptor hominis. También es el año en que se retira a Hans Küng el permiso de enseñar como teólogo católico y se concede el Nóbel de la Paz a la Madre Teresa de Calcuta.

En 1980, la Congregación para la Doctrina de la Fe hace pública la professio fidei, que se exige a los teólogos. El Papa no acepta la dimisión por edad del P.Arrupe como General de los jesuitas. Se acentúan los vientos restauradores e involucionistas. En el Sínodo de 1980, sobre la familia, se oyen voces de obispos más abiertos, que no se reflejan en el documento posterior. Aparece la encíclica Dives in misericordia, intentando una conjugación de compasión y justicia. A pesar de las voces escuchadas en el sínodo, cuando aparece en 1981 la Familiaris consortio, sigue estando en la cuerda floja el difícil equilibrio en temas como el del cuidado pastoral de los divorciados. En cambio, en el terreno social llama la atención la fuerza de la Laborem exercens, al proclamar la primacía del trabajo sobre el capital y exigir que el trabajo sea para el ser humano y no éste para el trabajo. Se constituye el Pontificio Consejo para la familia. El Cardenal Ratzinger es nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

En 1983 se promulga el Nuevo Código de Derecho Canónico. Es también el año de cobrar conciencia del tema de la paz. El Consejo Mundial de las Iglesias se pronuncia en favor del desarme. Los obispos norteamericanos publican su pastoral sobre disuasión nuclear y paz. Es igualmente el año del Sínodo sobre la reconciliación. Sale en 1984 la instrucción Reconciliación y penitencia. Ese mismo año se publica el Informe sobre la fe, del cardenal Ratzinger. Se origina en una entrevista en agosto de 1984, en Bressanone, al sur del Tirol. El cardenal ve el postconcilio como “proceso progresivo de decadencia”; ve la moral como la principal área de tensión entre el magisterio eclesiástico y los teólogos. Ataca lo que le parece consecuencialismo y proporcionalismo americano. Ve subjetivismo en la base de la Teología de la Liberación. Ve la raíz de muchos males en la supuesta negación de la especificidad de la moral cristiana. También ese mismo año aparece el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en contra de la Teología de la Liberación.

En 1985 se agudizan estos intentos restauracionistas con motivo del Sínodo conmemorativo del Vaticano II. Por estas fechas el Cardenal Bernardin venía proponiendo una “ética coherente de la vida”, que conjugase la moral social y la moral de la persona y la vida. Los obispos norteamericanos prosiguen con su metodología de preparar las cartas pastorales desde la base de un amplio diálogo eclesial. En 1986 aparece su pastoral sobre justicia económica para todos. El 25 de julio de 1986 la Congregación para la Doctrina de la Fe envía una carta al moralista Curran notificándole que no puede funcionar como profesor de teología católica.

1987 es el año del aniversario de San Alfonso María de Ligorio, tan significativo para los moralistas. Es el año en que aparece, por una parte, el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre temas de bioética, Donum vitae. Por otra parte, en materia de moral social es llamativa, al año siguiente, la valentía de la encíclica Sollicitudo rei socialis. Se acentúa el contraste entre el magisterio eclesiástico en temas de vida y sexualidad y la enseñanza sobre temas sociales. En 1987, en el 20 aniversario de laHumanae vitae, se reiteran sus propuestas, aunque procurando insistir en los aspectos proféticos, personalistas y de principios.2


1989 es el año en que cae el muro de Berlín. La Declaración de Colonia, firmada por 163 profesores de teología, da un aldabonazo de denuncia ante la actitud de la curia vaticana frente a los teólogos. La Asamblea ecuménica de Basilea habla de paz y justicia para la creación. El tema ecológico será incorporado en los próximos años a la reflexión del magisterio sobre temas sociales. Si consultamos las hemerotecas nos interesará, en esas fechas, recorrer acontecimientos tan diversos como la primera ordenación de una mujer obispo en la iglesia anglicana, las entrevistas de Juan Pablo II y Gorbachov, la concesión del Premio Nóbel de la paz al Dalai Lama o el asesinato del P. Ellacuría y sus compañeros.

En 1989 L,Osservatore, 23-I-89, se queja, en un artículo sobre la Donum vitae, acerca de la reacción de cuatro universidades católicas europeas. También en 1989 teólogos italianos simpatizan con la Declaración de Colonia. El Papa recurda a los obispos italianos que son “veri doctores”3. En 1990 aparece la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la vocación eclesial del teólogo. Rechaza toda posibilidad de disentir del magisterio, admitiendo tan sólo “dificultades personales”. En 1991 muere el P.Arrupe, que era el símbolo de toda una época postconciliar. Es el año de la guerra del Golfo, en la que el Vaticano se opone decididamente a la invasión armada y defiende el diálogo por la paz.

1992 tienen un nombre: Santo Domingo, que evoca Medellín y Puebla, con continuidad y con contrastes. Es también el año de publicación del Nuevo Catecismo. Es beatificado Escrivá y se celebra en Río la Cumbre de la Tierra. En 1993, a los 25 años de la Humanae vitae, se publica la Veritatis splendor. Ese mismo año, el 10 de Julio, llama la atención la carta pastoral de los obispos de Alta Renania, K.Lehman, O.Saier, W.Kasper, sobre el tema delcuidado pastoral de los divorciados. Lo más positivo de este año es el documento sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia, producto de los esfuerzos de la Comisión Bíblica, un escrito notablemente importante que, por desgracia, ha sido poco conocido, comentado o divulgado.

En 1994 resalta en las noticias la ordenación de 32 mujeres anglicanas. Aparece la Ordinatio sacerdotalis, sobre el tema de la ordenación de la mujer. En 1995 se publica la encíclica Evangelium vitae. Ese mismo año es destituido el Obispo de Evreux, Jacques Gaillot, conocido por su meritoria dedicación a los pobres. En 1996, tiene mucho eco la conferencia de Oxford, citada más arriba, con la propuesta del arzobispo Quinn acerca de la descentralización de la iglesia y la función adecuada del primado de Pedro...

A lo largo de esta trayectoria, mera muestra somera para refrescar la memoria, resaltan algunos rasgos de la renovación, que han sido puestos de manifiesto muy bien en el libro citado de Gómez Mier. Destacan los nuevos puntos de vista sobre el método científico en teología moral y el cambio de perspectiva acerca de los tradicionalmente llamados “lugares teológicos”: un nuevo modo de referirse a la Biblia; una mayor importancia dada a la manera de entender el papel del magisterio y la tradición de la iglesia; otro estilo de diálogo con la filosofía, la psicología y otras ciencias humanas; un asumir mejor el reto de las ciencias biológicas, etc...

Como no se pretendía aquí hacer un esquema de historia eclesiástica, la sinopsis no es, ni mucho menos, exhaustiva. No se pretendía citar todas las fechas importantes o todos los documentos relevantes, sino solamente una pequeña muestra de la trayectoria, a la vez de renovación y de resistencia a ella, que nos va a ocupar a menudo a lo largo de estas páginas. La tesis central, como reitero en dieversos lugares, es que no se trata de dos extremos en pugna, ni de una oposición entre radicalizaciones avanzadas o conservadoras, sino de la falta de diálogo enntre las dos corrrientes centrales -"centro-derecha y centro-izquierda", si se permite la terminología poco apropiada-, que no acaban de escuchar la invitación papal al diálogo, incapacitadas para encontrarse por presuponer epistemologías, antropologías y eclesiologías incompatibles, en una palabra, por falta de sentido hermenéutico...

1 GILLEMAN G., El primado de la caridad en teología moral, Desclée, Paris 1952; TILLMANN F., Handbuch der katolischen Sittenlehre, Patmos, Düsseldorf 1953; HAERING B., La ley de Cristo, 1959

2 L’Osservatore Romano, 27 Julio, 12-13. Sus palabras recuerdan las de Pío XII en la Humani generis (AAS, 1950, 568).

3 The Tablet, 10-VI-89, 660

26 Mar 2010

MORAL DE INTERROGACIONES (5): MORAL CERRADA Y ABIERTA

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 26 Mar 2010 - URL Permanente

(Se reproduce en los blogs anteriores, en éste y en los siguientes, una antología de textos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998.En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunica que la edición de este libro está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicar esta antología en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Primera

MORAL EXPLORADORA

1. Encrucijadas de discernimiento

2. Retrospección y prospección: el arte de preguntar

3. La sana perplejidad

4. ¿Renovar o recrear?

5. Tareas, estilos, menús y herramientas

6. Tres décadas a vista de pájaro

Fueron los alumnos quienes sugirieron el título de este párrafo. Quedaba ya lejos la época en que los trabajos escolares se escribían a mano o se mecanografiaban. Mis apuntes aún estaban redactados con un procesador lento, mientras que el alumnado ya manejaba la versión reciente. Mientras corregían mis erratas, me explicaban pacientemente el manejo de los diversos menús y herramientas del ordenador para acoplar los estilos a las correspondientes tareas. Y de ahí surgió la metáfora. ¿Qué tareas tiene ante sí la moral teológica hoy? ¿Cómo hacer compatibles dos estilos muy opuestos de entender la moral y de ponerla en práctica? ¿Podríamos identificar los menús principales en medio del repertorio amplio que ofrecen los textos universitarios de esta disciplina? Y, a la hora de poner en práctica el arte difícil del discernimiento moral ¿con qué herramientas contamos para llevarlo a cabo?

En el capítulo segundo trataré las tareas urgentes para que la Moral de hoy, sin renunciar a lo mejor de la de ayer, pueda ser una moral del mañana. No son tareas nuevas. Se remontan a problemáticas comunes en distintas épocas de la historia del cristianismo; pero hoy revisten unas dificultades peculiares, derivadas de situaciones inéditas hasta ahora. El Concilio Vaticano II recomendó que la teología moral católica se renovase de acuerdo con su auténtica tradición y teniendo en cuenta las necesidades de la época. Con el fin de implementar esta recomendación del Concilio, los teólogos moralistas se han esforzado en estos treinta años por renovar la moral, incorporando estudios bíblicos, históricos, ciencias sociales y ciencias de la vida, así como dialogando con el pensamiento y mentalidad actuales. Es una tarea de integración difícil, en la que podemos distinguir siete bloques de problemática.

a) ¿Cómo hacer que la teología moral católica se base más auténticamente en actitudes evangélicas y fundamentación bíblica?1

b) moral heterónoma de mandamientos

a) moral dinámica de la felicidad

b) moral estática del deber y la obligación

a) moral centrada en actitudes básicas ante valores fundamentales, buscando siempre la realización auténtica de nuestras aspiraciones más genuinas, moral no prefabricada sino en camino, haciéndose mientras avanza, inductiva, prospectiva, dialogante, dando orientaciones como marco para la creatividad...

b) normas, reglas y principios aplicados a casos particulares, sin flexibilidad, sin margen de ambigüedad, sin riesgo; moral prefabricada, deductiva, autoritaria, sólo retrospectiva, atada por normas y sin dejar lugar para la creatividad...

Esto supuesto, ¿cuál es en este contexto la moral de actitud interrogante? La que se centra en la pregunta sobre cómo ser genuinamente humano y cree que ésta es más importante que las preguntas acerca de qué hacer o qué no hacer. La pregunta acerca de la verdadera felicidad es más importante que las preguntas acerca de lo prohibido y lo permitido. La pregunta acerca de qué clase de persona ser o cómo crecer genuinamente como persona es más importante que las preguntas acerca de cómo resolver dilemas morales concretos. También la pregunta acerca de cómo entender a la persona humana o educarla y orientarla, cómo ayudarla a crecer, es más importante que las preguntas sobre vicios y virtudes.

No parece que haya prevalecido esta postura en la historia de la moral católica. Más bien conocemos como puntos débiles en la teología católica: a) demasiadas respuestas claras a preguntas complejas, b) demasiadas respuestas difíciles a preguntas sin importancia, y c) demasiadas preguntas sin sentido.

Hay un contraste fuerte entre las actitudes subyacentes a las dos metodologías diversas que acabo de citar: la de la moral prefabricada y la de la moral creativa. Se pueden caracterizar así:

a) La moral creativa está siempre en actitud de búsqueda; en parte ha encontrado, pero es consciente de no acabar de encontrar del todo; por eso va en busca de una moral que se va haciendo, siempre en camino.

b) La moral prefabricada aplica una moral ya hecha, de medidas fijas, como un producto en serie. Es el estilo que se ha visto durante muchos años en los libros de texto católicos.

a) La primera, más que los principios o normas, acentúa los valores básicos, así como nuestras convicciones y actitudes hacia ellos. Con mirada prospectiva y actitud de búsqueda, carga más el acento en lo interrogativo que en lo imperativo. Analiza las circunstancias de cada situación, tiene en cuenta tanto los datos concretos como el aspecto científico de los problemas morales. No rechaza las normas y principios, pero los integra en el proceso de decisión moral, entendiéndolos como parte de la ayuda que nos viene de los demás, ya que en ellos ha cristalizado lo que la experiencia de otros seres humanos o la sedimentación secular de sus tradiciones filosóficas o religiosas han hallado que era razonable. Con esa ayuda corregimos y enriquecemos nuestros criterios de juicio moral.

b) La segunda, de un modo deductivo, y presuntamente "racional", deriva normas y aplica principios casi automáticamente. Curiosamente, esta manera de pensar en moral ( tan "racional" ) va a veces acompañada de algo tan poco racional como la dependencia del autoritarismo que brota de una concepción estrecha acerca del papel de la enseñanza de la iglesia en cuestiones morales. Cuando se funciona con este método es difícil el diálogo y la mirada prospectiva.

La moral creativa o interrogativa se mueve en la continua tensión dialéctica entre las normas y principios generales, por una parte, y los casos concretos, por otra. No se limita meramente a "aplicar normas". Reflexiona sobre los éxitos y fracasos pasados, individuales y colectivos, trata de pensar por sí misma, juzgar honradamente (no por obediencia ciega), decidir y actuar responsablemente. Como habría dicho Lonergan, más que reglas, esta metodología nos ofrece "un marco de creatividad". Es, además, ecuménica, en el sentido más amplio de la palabra, ya que busca el terreno común en el que podemos converger con otras personas que, aunque no compartan la misma cosmovisión, sí pueden compartir la preocupación común por el futuro de la humanidad y de la vida.

El capítulo cuarto será largo, con enfoques sobre cuatro áreas temáticas o cuatro menús del curso de Moral. Creo que del énfasis unilateral en uno u otro de esos cuatro enfoques, así como del modo imperativo o interrogativo de tratarlos, se derivan métodos muy diversos de elaborar la moral, de practicar la decisión moral y de asumir la tarea de la educación moral. Al usar la palabra enfoque estoy pensando aquí en una comparación muy sencilla. Supongamos que sobrevolamos a vista de pájaro el campo de la moral y enfocamos con un reflector desde lo alto. Vamos a enfocar sucesivamente cuatro zonas. No están divididas entre sí con lindes precisos. Bastará que se mueva un poco el reflector para que abarquemos parte de la zona siguiente. En cada una de estas cuatro zonas de enfoque hay que realizar hoy día importantes revisiones de método y contenido. Se intentará en el capítulo correspondiente. Aquí me limito a dejarlas enumeradas en los cuatro apartados siguientes: a) motivaciones morales, b) normas y principios morales, c) conflictos morales, d) fallos morales.

Después me concentraré, en el capítulo quinto, en los cinco pasos del proceso de discernimiento y decisión moral, especialmente cuando se trata de cuestiones difíciles en las que hay que dedicar tiempo para buscar salidas y tomar decisiones. Habrá que ponderar las herramientas con que afrontamos cada situación. Los pasos del proceso de discernimiento moral, sobre los que reflexionaré, son los siguientes: 1) actitudes básicas, 2) informaciones concretas, 3) honradez de pensamiento, 4) ayuda de otras personas, 5) decisión responsable de acuerdo con la propia conciencia.

Finalmente, en el capítulo sexto, reflexionaré a l hilo de la encíclica Evangelium vitae, centrándome en tres temas nucleares suyos: la moral de la vida, el personalismo y la solidaridad. Será una aplicación de la moral de interrogaciones a temas concretos, sugiriendo el puente entre la moral general y la particular.

1 SEGALLA G., "New testament Ethics: A Survey (1933-1976)", Theology Digest 27(1979)3-8

2 MALLOY E.A., "The Christian Ethicist in the Community of Faith", Theological Studies43(1982)399-427

3 M. MORENO, "Moral autónoma y ética de la fe", Proyección 36 (1989) 199-214

4 COOPER E.J., "The Fundamental Option", Irish Theological Quarterly, 39(1972)383-392

5 GILLEMAN G., El primado de la caridad en teología moral, Desclée, Paris 1952; TILLMANN F., Handbuch der katolischen Sittenlehre, Patmos, Düsseldorf 1953; HAERING B., La ley de Cristo, 1959

6 L’Osservatore Romano, 27 Julio, 12-13. Sus palabras recuerdan las de Pío XII en la Humani generis (AAS, 1950, 568).

7 The Tablet, 10-VI-89, 660



Site Meter

Site Meter

23 Mar 2010

MORAL DE INTERROGACIONES (4): ¿RENOVAR O CREAR?

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 23 Mar 2010 - URL Permanente

(Se reproduce en el blog anterior, en éste y en los siguientes, una antología de textos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998.En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunica que la edición de este libro está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicar esta antología en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

5. ¿Renovar o recrear?

La historia de la Iglesia y de la Teología pone de manifiesto el olvido de la moral de interrogaciones. Es ya un tópico referirse a la moral como cenicienta de la teología. Desde comienzos del XIX se exigía un cambio que no acababa de lograrse. Tras el Vaticano II se da luz verde a la renovación de la moral; al revés que otras renovaciones, como la bíblica o la litúrgica, ya comenzadas antes del Concilio, ésta empieza a ponerse en marcha en la etapa postconciliar. El que se echase abajo el documento De ordine morali, esquema tradicional de moral redactado por la comisión preparatoria, y saliera publicada, como resultado del Concilio, la Constitución Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy fue un paso decisivo.1 Luego vino el asustarse y los intentos de vuelta atrás. Hoy, más que extremos, lo que hay es una división entre dos modos de pensar, ambos dentro de la corriente central, con un problema serio de comunicación no exento de influjos psicológicos y sociológicos.2


Remitiéndome aquí a las sinopsis históricas de teología moral para más detalles, recordaré que se pueden distinguir tres etapas: a) desde comienzos de la Teología Moral en el siglo XVII hasta el XIX; b) desde el XIX, a lo largo de siglo y medio, hasta mediados del XX: se ha venido pidiendo a gritos la revisión de la Moral; c) el período post-Vaticano II: paso a la moral interrogativa, reacciones consiguientes, disputa sobre los métodos de discernir y falta de consenso intraeclesial

Recordemos también los pasos que se han venido dando en la renovación de la teología moral desde fines del XIX a mediados del XX. Se ha venido reclamando una teología moral que sea: a) más integradamente teológica; b) más bíblica; c) más arraigada en ciencias humanas, sociales y de la vida; d) con más uso de la antropología global como mediación. Podemos distinguir dos exigencias principales hoy día: la de más enfoque bíblico y la de más diálogo con las ciencias humanas, sociales y de la vida. En una palabra, menos escolasticismo y juridicismo, más biblia y antropología.

Por otra parte, al comenzar estas reflexiones sobre el método en Moral teológica o Teología moral, hemos de contar con las dificultades dentro de la Iglesia en el momento actual3. Se perciben hoy cuatro abismos difíciles de salvar: a) entre la enseñanza oficial y los teólogos; b) entre la enseñanza oficial y los fieles; c) entre renovación y vuelta atrás; d) entre la influencia de la iglesia cuando habla de moral social y la pérdida de credibilidad al hanblar de moral sexual.

Otro problema importante es la necesidad cada vez mayor de repensar la relación entre moral religiosa y moral secular, no como dos campos opuestos, sino como dos momentos y tareas dentro de la misma moral cristiana: el momento de afirmación testimonial de identidad y el de búsqueda dialogante y honrada de la convergencia en valores comunes, en un contexto pluralista.

Si damos un vistazo a los manuales publicados en las últimas tres décadas, notaremos el cambio de método y matriz disciplinar, como ha señaladoacertada y exhaustivamente el estudio de Gómez Mier. Es bien sabido que hay una gran diferencia entre la teología moral de antes del Concilio y la de estas tres últimas décadas. Hay un gran cambio de perspectiva y método. El Concilio dio luz verde a la renovación de la teología moral que se venía pidiendo desde hacía más de un siglo. En los últimos treinta años se han visto intentos renovadores junto a los que dicho autor califica de “arreglo cosmético” o de “vuelta atrás”. Cuando se estudian los intentos renovadores a la luz de estudios recientes sobre el método científico, se llega a la conclusión de que ha habido una auténtica revolución metodológica en teología moral durante los últimos treinta años. Lo ha mostrado con gran detalle el citado estudio sobre los libros de texto de moral católica postconciliares.4 El panorama de esta segunda mitad de siglo es el de una tensión entre la renovación y la restauración o intento de vuelta atrás apoyado por instancias burocráticas de la curia romana.

1DELHAYE Ph., "The Contribution of Vatican II to Moral Theology", Concilium 75(1972)58-67

2 CURRAN Ch., "Horizons on Fundamental Moral Theology", Horizons 10(1983/1)86-110; STURM Douglas, Two decades of Moral Theology. E Curran as agent of Aggiornamento, Religious Studies Review 8/2, April 1982, 116-123

3 HARING B., Mi experiencia con la Iglesia, Madrid 1989

4 GOMEZ MIER V., La refundación de la moral católica. El cambio de matriz disciplinar después del Concilio Vaticano II, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1995

Site Meter

Site Meter

21 Mar 2010

MORAL DE INTERROGACIONES (3): SANA PERPLEJIDAD

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 21 Mar 2010 - URL Permanente

(Se reproduce en el blog anterior, en éste y en los siguientes, una antología de textos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998.En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunica que la edición de este libro está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicar esta antología en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

MORAL EXPLORADORA

  1. Encrucijadas de indecisión

  2. Retrospección y prospección: el arte de preguntar

  3. La sana perplejidad

  4. ¿Renovar o crear?

  5. Tres décadas a vista de pájaro

3. La sana perplejidad

Impresiona releer lo que escribía Pablo VI en el año 1971. Reconocía este Papa, al comienzo de la cartaOctogesima adveniens, el pluralismo que caracteriza la actual circunstancia eclesial a escala mundial, la "variedad de situaciones según las regiones, los sistemas sociopolíticos o las culturas" (OA, n.3). Pero, sobre todo, lo que llama extraordinariamente la atención, ya que no suele encontrarse formulación semejante en textos papales, es su reconocimiento honesto de que "ante tal variedad es difícil un mensaje único, una solución de validez universal".

En efecto, Pablo VI no tenía reparo en reconocer la perplejidad. Para una iglesia con tradición de exceso de claridad y de respuestas, esta admisión de incertidumbre suponía toda una terapia muy necesaria. No todos los teólogos morales han seguido siempre por esa línea en las dos últimas décadas, sobre todo cuando se apoyan algunos en una lectura sesgada y unilateral de la Veritatis splendor para multiplicar las certidumbres y seguridades, sin dejar lugar para la perplejidad. Resulta interesante comprobar que la carta Octogesima adveniens era uno de los pocos documentos pontificios no citados por el nuevo catecismo. De ahí el interés de resucitar su lectura en estos días de fin y comienzo del siglo. Han pasado casi tres décadas desde que Pablo VI afirmaba la imposibilidad de dar una respuesta única; más aún, decía que no era su misión el darla. E invitaba a las comunidades cristianas a orar juntas, analizar las situaciones a la luz del Evangelio y poner en práctica esa metodología que ha dado sus frutos en la teología de la liberación: ver el mundo a la luz del Evangelio y releer el Evangelio a la luz de la experiencia humana.

Recomendaba el Papa esta metodología a unas comunidades que supieran conjugar la comunión con sus pastores y la sana perplejidad que conlleva el analizar la sociedad y el discernir comunitariamente en situaciones concretas (OA, n.4), en las que es concebible "una legítima variedad de opciones" y una "diversidad de maneras de comprometerse a partir de una misma fe" (OA, n.50). Y aunque no olvidaba el proponerles como orientación la enseñanza social de la iglesia, no la presentaba como un acervo de conclusiones, sino más bien como una referencia de la que extraer "principios de reflexión, normas de juicio y directivas de acción" (OA, n.4).

Hoy, al repensar la teología moral en la línea de una moral de adultos y para adultos, tendríamos que comenzar, entre otras cosas, por admitir una sana perplejidad. Nos vendría bien para ello escuchar más la voz que viene desde las perplejidades de vida cotidiana, en que dudan y preguntan, sufren y gozan, trabajan o descansan los hombres y mujeres que viven la fe cristiana en medio de la experiencia familiar, laboral, política o económica. Ya el Concilio invitó a que escucháramos lo que nos dicen de esa experiencia y desde ella los que la tienen. A partir de los días de la Gaudium et spes, la voz del cristiano seglar es un lugar teológico desde el que rehacer la moral cristiana. Si es cierto que hay que iluminar la vida con el Evangelio, también lo es que hay que releer el Evangelio desde la vida. Para ello hay que prestar atención a la experiencia de la vida de los creyentes, tomar en serio el sensus fidelium .

Ahora bien, no se podrá entrar por ese camino si se rehuye la perplejidad. Si se dialoga honestamente, aparecen preguntas sorprendentes, hasta hace poco inconcebibles. Necsitaremos, por tanto, una buena dosis de capacidad para soportar dudas y no angustiarse ante ambigüedades. Los problemas fácilmente solubles no suelen ser grandes problemas. Los verdaderos problemas suelen ser de difícil o casi imposible solución. Por eso hay que aprender, desde la sana perplejidad, a encuadrar en las actitudes básicas los problemas sin solución con los que hay que convivir.

Si se enfoca así la moral, el tratamiento de los problemas será muy práctico y concreto. Pero habrá que precisar: la moral práctica no es una mera aplicación a casos concretos de una moral teórica elaborada de antemano, sino una llamada a ser creativos, desde actitudes básicas ante valores fundamentales, aunque en medio de perplejidades e incertidumbres. Y, ni que decir tiene, sin esperar a que se resuelvan los problemas sin pensar y sin decidir responsablemente en conciencia, simplemente por apelación a una voz de orden y mando autoritario.

Lo más tradicional en la moral cristiana ha sido precisamente el valor de la conciencia. Tomar en serio esta tradición nos llevará a evitar el tratar a las personas creyentes como niños a los que "no se debe dejar solos". Esta ha sido una frase con la que han justificado muchos poderes absolutos su funcionamiento. Frente a ello habría que decir: a quienes no se puede ni se debe dejar solos es a aquellos teólogos con actitud inquisitorial, que se resisten a acoger nuevos planteamientos y a tomar en serio la experiencia de la vida de los laicos adultos. El miedo a la perplejidad -unido a otros muchísimos miedos- impide esta actitud acogedora de lo nuevo. Los debates pre- y postconciliares son un ejemplo claro. Había un verdadero pánico de decir lo contrario de los predecesores, en vez de reconocer con toda naturalidad que los predecesores estaban tan condicionados como sus sucesores por la época en que vivieron. Se tenía, y aún se tiene, miedo a decir algo distinto, como si ello supusiera tachar de equivocado lo afirmado hasta hace poco. Pero no tiene por qué ser así. No se equivocaban los medievales al decir que el sol da vueltas alrededor de la tierra; es que entonces era impensable decir otra cosa. Algo semejante ocurre con muchas tomas de postura concretas en temas morales. Cuanto más concreto el tema, más prudencial y provisional será el juicio que demos, quedando abierto a cambios y reformas en el futuro.

En esta encrucijada recién descrita es donde se dividen las direcciones y surge el conflicto y el disentir intraeclesial. Gran parte del problema debatido desde los días de la Humanae vitae no es una cuestión de sexualidad, ni de matrimonio, ni siquiera de demografía. Se trata de la cuestión teológica de cómo concebir la Iglesia e interpretar su magisterio, unida a la cuestión antropológica de cómo aprender a convivir responsablemente como adultos con la incertidumbre, la ambigüedad y la perplejidad. Según la postura tomada en esta encrucijada, se dividirán los moralistas en dos grupos. Los que dan soluciones y los que acompañan a las personas en el camino de búsqueda. Nuestro papel debería ser ayudar a las personas en el camino de las tomas de decisión. Ni pensar en lugar de ellas, ya sea para imponerles una carga o para aliviársela; ni dejarlas abandonadas, sino caminar juntos y acompañar el proceso de discernimiento. Así podremos ayudar a que las personas encuentren por sí mismas las soluciones que muy probablemente tienen ya dentro de sí sin acabar de percibirlo.

Esta toma de conciencia de la necesidad de una sana perplejidad es un elemento común en muchos moralistas de primera línea actuales. O’Brien titulaba así un ciclo de conferencias sobre actualización de la moral: "navegando a través del tiempo como por un río"; Häring hablaba de "asumir la provisionalidad"; Rahner llevaba años considerándose a sí mismo un modesto "oyente de la Palabra", perplejo ante el misterio; Lonergan insistió en una conversión continua a base de no dejar de plantear preguntas; Mc Cormick ha titulado uno de sus recientes escritos "Corrective wisdom": abrir los ojos a las dimensiones de la realidad que se nos escapan.


Se ha repetido mucho, en textos oficiales del magisterio eclesiástico, la frase de Pablo VI sobre una Iglesia "experta en humanidad". Pero sería mejor traducirla como "aprendiz de humanidad". De lo contrario, producirá la impresión de que tenemos ya todas las respuestas, lo cuál es justamente opuesto a la intención del pontífice perplejo. Una Iglesia experta, no en respuestas, sino en preguntas sobre el "aprendizaje de lo humano", preguntará e indagará, en vez limitarse a repetir soluciones prefabricadas; interrogará para aclarar; pero también, a veces, oscurecerá para iluminar, es decir, para poner en claro dónde está la osuridad y no rehuirla. Si es importante tener unas cuantas cosas claras, mucho más importante es tener claro cuáles son las cosas oscuras, las que probablemenbte no se van acabar de aclarar nunca por completo. Una iglesia y un magisterio conscientes de estas perplejidades podrán revitalizar lo mejor de la tradición de espiritualidad que ha alimentado el discernimiento cristiano. Un discernimiento que nos ayuda a preguntarnos quiénes somos, adónde vamos, qué queremos, qué nos mueve a caminar. Un discernimiento de una moral del ser, más que del mero hacer (EV, 22); de ceder el paso sin necesidad de semáforos; de actitudes, más que de actos; de aspiraciones, más que de obligaciones; de espíritu evangélico, más que de códigos. Una moral que vuelva a beber de las fuentes bíblicas, espirituales, antropológicas y científicas, en vez de limitarse a los estanques salados de la especulación y el legalismo.

Site Meter

Site Meter

20 Mar 2010

MORAL DE INTERROGACIONES (2)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 20 Mar 2010 - URL Permanente

(Se reproduce en el blog anterior, en éste y en los siguientes, una antología de textos del libro deJuan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunica que la edición de este libro está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicar esta antología en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

MORAL EXPLORADORA

1. Encrucijadas de discernimiento

2. Retrospección y prospección: el arte de preguntar

3. La sana perplejidad

4. ¿Renovar o recrear?

5. Tareas, estilos, menús y herramientas

6. Tres décadas a vista de pájaro

2. Retrospección y prospección: el arte de preguntar

Un maestro de enseñanza primaria planteaba a sus alumnos la pregunta siguiente: "¿quién es más listo, el ser humano o el gato?" Después de dejarles discutir un rato, concluía el maestro: "El gato, porque después de haberse quemado ya no se arrima a la estufa; en cambio, el ser humano es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra". A partir de este exordio exponía el maestro cómo, a lo largo de la historia desde Tucídides hasta nuestros días, la humanidad proclamó tras cada guerra: "ya nunca más se volverá a repetir". Pero, al cabo de cierto tiempo, se repitió la guerra. Remataba el maestro su lección diciendo: "aprendamos de la experiencia del pasado". El método de este maestro es bien antiguo, como el "historia magistra vitae" de Cicerón, que suele refutarse hegelianamente: lo que aprendemos de la historia es que la humanidad no aprende de la historia, ni escarmienta en cabeza ajena

Se puede estar de acuerdo en que reflexionar sobre la experiencia y aprender del pasado es una posibilidad, necesidad y privilegio humano. Sobre esa base, la humanidad vuelve a pensar en cada época sus principios y normas de conducta. Aprovecha para ello la sedimentación secular de sabiduría con el fin de enmendar errores y mejorar éxitos. Pero es importante acentuar el valor de esa otra sabiduría que anticipa el futuro. En la discusión de los problemas morales es particularmente necesario este modo de razonar sapiencial y prospectivo que, en vez de usar la memoria como reserva de moralejas, la utiliza como trampolín para la imaginación. La conjugación de las sabidurías retrospectiva y prospectiva, de memoria e imaginación en el tratamiento de los problemas morales, es una de las actitudes que caracterizan en estas páginas a la moral de interrogaciones.

Estos ensayos han surgido de unas clases que llevaban por título Métodos de discernimiento moral.Había que clarificar al comienzo lo que se entiende por método en este caso. Al menos, habría que distinguir los sentidos siguientes.

a) Métodos de cultivar el sentido de lo moral: son los que responderían a preocupaciones que tienen que ver, en general, con lo que suele llamarse educación moral (a la que no conviene confundir con la "adoctrinación" moral); suelen ocuparse de ello la pedagogía y psicología de la educación.

b) Métodos de discernir en la práctica cuando confrontamos problemas y dilemas morales: este es el campo de la decisión moral. Suelen ocuparse de ello quienes tratan en un consultorio casos y situaciones concretas.

c) Métodos de pensar la Moral: esto tiene que ver con la elaboración teórica de la Moral y la discusión, al nivel del saber, de sus modelos. Es tarea de la filosofía moral y de la teología moral.

A nivel de sentido común y uso corriente del lenguaje, muchos entenderían por método en moral elcamino para practicarla; por criterios, las señalizaciones del camino para orientarse en la encrucijada de los problemas morales.

La idea central de estas páginas gravita sobre el sentido indicado en el apartado "c)" sin dejar de tener a la vista los otros: oponer una moral de interrogaciones a una moral de respuestas y propugnar unos métodos y criterios interrogativos. Esta moral interrogativa habría que aplicarla, en primer lugar, a la hora de intentar la elaboración teórica aludida en el anterior apartado "c", pero también a la hora de tratar lo referido en "a" y "b".

Entre las formas insatisfactorias de enfocar los problemas de la moral podríamos destacar las siguientes:

a) dar respuestas claras y tajantes a preguntas complejas o a preguntas inadecuadas;

b) dar respuestas complejas a preguntas poco importantes;

c) hacer preguntas sin sentido y no hacer las preguntas que habría que hacer;

d) crear desorientación y desánimo por la incertidumbre en las respuestas a cuestiones importantes.

Para subsanar estos fallos en el modo de preguntar y responder, necesitamos un enfoque que acentúe la búsqueda continua y en común de preguntas básicas y la orientación fundamental en que han de ir las respuestas. Un enfoque así carga el acento en una moral centrada en preguntas humanas radicales, más que en obligaciones y mandamientos. En vez de preguntar por lo mandado o prohibido, por lo que debemos hacer o lo que no está permitido, nos preguntamos qué es lo que realmente merece la pena para ayudarnos a crecer humanamente y ser genuinamente felices. Estas preguntas básicas por lo auténtico y lo valioso expresan una tarea nunca plenamente lograda, pero de la que no desistimos: comprender y educar a la persona humana.

Se oponen a este enfoque el moralismo estrecho y la frivolidad amoral. El primero se queda en el nivel de responder a preguntas sobre lo mandado y lo prohibido. La segunda ni pregunta ni responde. Para evitar el estilo "adoctrinador" del primero y la superficialidad de la segunda, así como también la actitud que desiste de la tarea, propongo el enfoque de preguntas fundamentales y orientaciones básicas de respuesta. Se trata de un continuo plantear preguntas básicas y una continua búsqueda en común de orientaciones de respuesta, como parte de un proceso de crecimiento dirigido hacia la felicidad humana genuina. Así es como querría entender aquí la línea fundamental de lo que he llamado en el título "moral de interrogaciones".

Site Meter

Site Meter

18 Mar 2010

MORAL DE INTERROGACIONES

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 18 Mar 2010 - URL Permanente

(Respondiendo a la sugerencia y petición de quienes deseaban leer el libro de Juan Masiá Moral de interrogaciones, publicado por PPC, en 1998, con la debida licencia eclesiástica, se publicarán sucesivamente en este blog selecciones de sus capítulos)

MORAL EXPLORADORA

1. Encrucijadas de discernimiento

2. Retrospección y prospección: el arte de preguntar

3. La sana perplejidad

4. ¿Renovar o recrear?

5. Tareas, estilos, menús y herramientas

6. Tres décadas a vista de pájaro

Estas reflexiones se han elaborado en el contexto del futuro incierto de la moral teológica y la búsqueda de nuevas integraciones para su estudio. La Etica es una de las disciplinas a las que, con rigor implacable, se exige a menudo que den cuenta de sí mismas y justifiquen sus fundamentos. En el caso de la teología moral -es preferible llamarla ética teológica-, la demanda es aún más apremiante y difícil de satisfacer.

Al profesor de sociología no le crea problemas la tarjeta de visita con el título de su especialidad. El de ética, y más aún el de teología moral, al presentarse como tales se ven en el trance de tener que justificar su profesión; sería más cómodo escabullir el problema y decir simplemente que uno enseña filosofía o teología, sin entrar en más detalles. También en las charlas de divulgación hay que gastar tiempo en destruir las imágenes o ideas fijas del público acerca de la moral y los moralistas. Tras un largo prólogo de autojustificación, por fin se atreve uno a entrar en materia esquivando malentendidos

.

Entre las ideas equivocadas acerca de la moral y los moralistas destacan las cuatro siguientes:

a) Creer que el tratamiento de los problemas morales hay que dejarlo en manos de los especialistas.

b) Creer que éstos poseen las respuestas para todos los problemas morales y que su papel es simplemente transmitírnoslas.

c) Creer que se estudia la moral para frenar la presunta corrupción o decadencia de las costumbres.

d) Creer que los temas centrales de la moral son la ley y el pecado, los mandatos, prohibiciones y sanciones.

Todavía se podrían añadir otros malentendidos. Si hubiera que deshacerlos todos en la introducción, nunca se escribiría el libro. Baste esta enumeración para caer en la cuenta de la dificultad del tema.

1. Encrucijadas de indecisión

Si antes del Vaticano II predominaban en teología moral las señalizaciones de sentido único o dirección prohibida, en la situación actual son frecuentes los atascos, a pesar de haberse multiplicado las autovías. Como en el tráfico de la capital, ha aumentado el número de vehículos en mayor proporción que las estructuras circulatorias. Pero no se solucionan los embotellamientos simplemente clausurando entradas a la autopista o dando órdenes por altavoz desde un coche de la policía. Hay que ir a las causas, rehacer lo sistemas de tráfico o incrementar los aparcamientos. Recordemos brevemente unas cuantas encrucijadas en las que los atascos dificultan actualmente el discernimiento.

En la encrucijada de fe y moral hay una inflación de señalizaciones. Estorba el exceso de mapas detallados. Ayudaría más una simple brújula. Y eso es precisamente lo que nos aporta el Evangelio. Lo formuló muy atinadamente el arzobispo J. Quinn en su famosa conferencia de Oxford, hace hace ya cuatro años. "La concentración en los preceptos, en vez de en la vida moral, sofoca la moralidad...La primera cuestión de la vida moral no es ¿qué estoy obligado a hacer?, sino ¿que significa para mí vivir en Cristo?...La moralidad cristiana no es distinta de la vida cristiana, es decir, la manera de actuar propia de quien vive en Cristo".

En la encrucijada de jerarquía y comunión no acaba de solucionarse el contencioso entre dos visiones contrapuestas de iglesia, la piramidal y la concéntrica. No escasean los intentos de marcha atrás con relación a la eclesiología del Vaticano II, aún no plenamente asimilada. Desde algunas instancias burocráticas eclesiales se tiende a manejar la Iglesia con la uniformidad que habrían pretendido los constructores de la torre de Babel. Frente a esa tendencia, vendría bien recordar lo que el actual Papa dijo siendo obispo de Cracovia: "La conformidad mata la comunidad. Cualquier comunidad necesita oposición leal". Posteriormente, ya como Papa, dijo en 1979: "Que no se ataque o haga callar a quien no comparte nuestras opiniones".

La encrucijada del cambio, con sus tensiones entre tradición y renovación, sigue viciada por pseudoaristotelismos, como el de la creyente sencilla de una aldea que preguntaba al párroco: ¿qué es lo que ha cambiado y qué es lo que no ha cambiado ni puede cambiar después del Concilio? Y esperaba una respuesta corta, clara y tajante, dividida en dos partes sin confusión. Le contestó: "usted es la misma y no es la misma que cuando tenía 15 años. Todas las células de su cuerpo han cambiado. La que fue aquella de entonces es la que está aquí hoy, aunque tan cambiada. No hay una parte que cambia y otra que no cambia". No acababa de asentir la mentalidad popular, tan contagiada de una especie de pseudo-aristotelismo oculto en la mentalidad de muchas personas que ni siquiera han oido el nombre de Aristóteles. En el auténtico cambio, todo permanece y cambia a la vez. En cuanto a la Iglesia, lo único que no cambia es el Espíritu que nos hace cambiar continuamente...

En la encrucijada del ecumenismo y la inculturación se cruzan mensajes ambiguos y no faltan quienes intenten quitar por un lado lo que se concede por otro. Escribe el P. Häring: "Los teólogos moralistas católicos y protestantes saben hoy con alegría que no sólo la ley moral inscrita en el corazón de todos los humanos, sino también, y en mayor medida, la fe común en Cristo y en su Evangelio les obliga a buscar juntos un conocimiento cada vez más profundo e históricamente eficaz de la ley del Espíritu que da vida en Cristo". Pero ocurre con el ecumenismo como con la inculturación. Ahora ya no se sospecha como hace treinta años al escuchar estas palabras, pero se domestica su interpretación. Un ejemplo curioso: la manera de citar un documento para decir lo contrario de su intención. En la alocución del Papa Juan Pablo II a los obispos indios, durante su visita de 1986, está citado un párrafo importante de Evangeli nuntiandi para recordar que "es tarea de la iglesia local asimilar la esencia del Evangelio y traducirlo sin traicionar lo más mínimo su verdad esencial". La cita termina ahí, diciendo como frase principal lo que en la exortación apostólica citada era una cláusula entre comas. Pero no se cita el largo párrafo que seguía a continuación, en el que Pablo VI insistía en que no nos limitemos a traducir, sino hagamos por "expresar el mensaje en un lenguaje comprensible por aquellos a quienes se dirige", y aplicaba este criterio a la liturgia, la catequesis, el quehacer teológico y las estructuras eclesiales de ministerios. Más aún, explicitaba la necesidad de tener en cuenta el pueblo a quién nos dirigimos, sus símbolos e imágenes, y subrayaba que "al mencionar el lenguaje se estaba refiriendo no tanto al tema de la exactitud lingüística en la traducción, cuanto al tema antropológico y cultural". Todo esto ha desaparecido de la cita, para dejar solamente la advertencia que pone en guardia frente a cualquier posible alteración de la esencia del mensaje. Algo semejante ha ocurrido, como veremos con detalle en el capítulo tercero, al citar el Vaticano II para decir algo en una línea muy distinta de la del Concilio. En estos casos, los redactores hacen un flaco favor al Papa, frenando con citas sesgadas la intención de Juan Pablo II, abierto a las culturas y al diálogo.

En la encrucijada del laicado no se acaba de evitar la tensión entre una iglesia docente y otra discente. Sigue siendo necesario releer las palabras de Pío XII, el 20 de febrero de 1946, citadas de nuevo por Juan Pablo II en su carta sobre los laicos (1988) y recogidas en elCatecismo (n.899): "Los fieles laicos deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia sino de ser Iglesia...Ellos son la Iglesia". Y como tales, tienen deber y derecho a opinar, reconocido por el derecho canónico: "tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y la dignidad de las personas". El Concilio Vaticano II había sido bien explícito en este punto: "Debe reconocerse a los fieles, clérigos o laicos, la debida libertad de investigación, de pensamiento y de hacer conocer, humilde y valerosamente, su manera de ver en el campo de su competencia".¿Tomaremos en serio estas palabras al comienzo del nuevo milenio?

En la encrucijada de las fundamentaciones no es aún suficiente el diálogo entre dos líneas de pensamiento opuestas, dentro de la misma corriente central de la teología católica. Siguen levantándose las banderas de la moral sin excepciones, frente a la moral calificada como "revisionista" y, apoyándose unilateralmente en algunos aspectos de la encíclica Veritatis splendor, leída reductivamente, se critica la moral de la "opción fundamental" sin haberla comprendido. Habría que reconocer la aportación tan positiva de esta moral de actitudes durante los últimos treinta años. Gracias a ella se ha podido despojar al análisis moral de excesivas categorías esencialistas y se le ha dado mayor arraigo en la antropología teológica de la gracia. En ella se da más importancia a la persona, su situación y sus actitudes que a los actos aislados; y, sobre todo, se reaprecia el papel de una moral que brota como consecuencia de actitudes de fe. La moral de la opción fundamental se comenzó a gestar en diálogo entre la tradición teológica y el personalismo contemporáneo, las revisiones filosóficas de la subjetividad y el pensamiento hermenéutico. Pero la falta de este sentido hermenéutico bloquea el diálogo con quienes se oponen a su puesta en juego en la metodología teológica.

En la encrucijada de principios y aplicaciones hacen falta nuevos carriles.J. Mahoney lo ha expuesto nítidamente: ya no se trata simplemente de aplicar unos principios inmutables a unos casos concretos, mediante una especie de silogismo, sino de permitir que los mismos principios se dejen cuestionar por las nuevas situaciones: "los principios están hechos para las situaciones y no las situaciones para los principios...las nuevas situaciones crean un reto para los principios establecidos, se da un continuo proceso dialéctico entre principios y situaciones, entre los hechos y la reflexión moral, se trata de un tráfico de ida y vuelta, en vez de una aplicación de principios en una única dirección". Los que sospechan de esta forma de razonar ven tras ella la sombra del utilitarismo. Es un malentendido, dice Häring, "la fundamentación deontológica de las normas hace hincapié en las normas generales, por ejemplo, en las del derecho natural, pero ni siquiera estas últimas pueden ser comprendidas plenamente si no se presta atención al telos, a su sentido y su fin..." Pero hay otro miedo tras esa sospecha. Es que una teología moral que razona de esta manera "se sustrae en gran medida al control exterior, mientras que una moral que argumenta de manera puramente deontológica, y que además hace hincapié en exigencias universales iguales e históricamente inmutables de la llamada ley natural, se presta a ser controlada por la autoridad eclesiástica".


En la encrucijada del disentir siguen siendo frecuentes los atascos desde los días de laHumanae vitae. La resaca de esta encíclica ha hecho sentir sus consecuencias hasta los días de la Evangelium vitae (1995), aunque esta última lleva un cuidado notable en hacer algunas precisiones que eviten extremismos. Por ejemplo, llama la atención que, por primera vez en un documento de esa importancia, se afirme con toda rotundidad que contracepción y aborto son "dos cosas distintas, tanto por su naturaleza, como por su peso moral" (n.13), sin perjuicio de la afirmación que pone en guardia contra la "mentalidad contraceptiva" (id.; ya el hecho de que se carguen las tintas en la "mentalidad", más que en cada acto, es significativo del interés en matizar). El problema sigue siendo asignatura pendiente en teología moral, aun después de esta última encíclica; pero, dentro de la misma línea de rechazo de la contracepción, al menos se ha llegado a afirmar que anticoncepción y aborto difieren específicamente desde el punto de vista moral.

Se invocan, a veces, al tratar sobre el disentir, las recomendaciones ignacianas sobre "sentir con la Iglesia", pero éstas eran en realidad para "sentir en la Iglesia"; es un matiz distinto, que incluye el disentir, por supuesto, respetuosamente. Una cosa es disentir "en" la Iglesia, estando dentro de ella, sintiéndose iglesia y sintiéndose en la iglesia, y otra cosa es disentir "de" la Iglesia desde fuera y sin formar parte de ella. Hay ocasiones en que, precisamente por sentirse uno en la Iglesia y sentirse iglesia, se ve obligado a "disentir en" la Iglesia, respetuosa y humildemente, para bien de la misma Iglesia.

En la encrucijada canónica han aprecido nuevas complicaciones, desde la Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, de 1990, hasta el motu proprio, de 1988, Ad tuendam fidem. En 1990 la Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo insistía en evitar el disentir, aun en temas no enseñados de modo definitivo. El mismo año, en carta a los obispos, la CDF detecta peligros en los métodos de meditación oriental. En 1992 una instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre ciertos aspectos de los medios de comunicación social en la promoción de la doctrina de la fe refuerza la vigilancia episcopal sobre los medios de comunicación social eclesiales. En 1993 una carta de la CDF a los obispos, trata de la iglesia como comunión y pone en guardia frente al disentir. En 1994 la Carta Apostólica Ordinatio sacerdotalis propone como doctrina definitive tenenda la exclusión de la ordenación sacerdotal femenina. En 1995, la encíclica Evangelium vitae apela al magisterio ordinario y universal del Papa en unión con los obispos para aplicarlo por primera vez a temas morales. En 1997 se publica un Vademecum para confesores sobre temas de moral matrimonial, que insiste en la enseñanza de la Humanae vitae. En 1997, la Instrucción de la Congregación para la Evangelización De synodis dioecesanis agendis acentúa el control sobre las iglesias locales. El mismo año la Instrucción sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los laicos en los ministerios pastorales desciende a detalles no del todo compaginables con la Christifideles laici, quedando una vez más el Papa en una postura más abierta que la de sus ayudantes más cercanos... La encrucijada canónica sigue propensa a embotellamientos.

En la encrucijada femeninista, más que atascos, lo que se da es un bloqueo de los problemas; quizás habrá que aguardar al paso de la historia para descongestionar la salida hacia un enfoque más sereno de estas cuestiones. Como notaba R. A. McCormick, en una revisión de la teología moral desde 1940 a 1989, con anterioridad al Vaticano II la Asociación Teológica Católica de America era una especie de club exclusivo para varones y, dentro de éstos, para el mundo seminarístico; pero, a comienzos de la década de los 90, hay mujeres profesoras e investigadoras en puestos directivos de dicha asociación. La primera vez que una mujer firma un artículo teológico en la revista Theological Studies es en 1971. Hoy es fácil contar enseguida más de una docena de firmas femeninas americanas acreditadas en el campo de la teología moral. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer en la revisión del puesto de la mujer en la sociedad y en la iglesia, así como en la aplicación práctica al campo de la teología del matrimonio, la sexualidad y la familia.


En la encrucijada de las ciencias de la vida no escasean los teólogos que tienen miedo a los datos científicos, preocupados quizás por tener que repensar posiciones tomadas durante siglos. Hemos llegado a los temas bioéticos y ecoéticos con unas décadas de retraso. Hoy basta con dar un vistazo a los índices de las revistas para sorprenderse ante el caleidoscopio variadísimo del tema ecológico; se habla de ecoconciencia (percatarse de la interconexión de todo con todo), ecoidentidad (identificación con la naturaleza), ecoespiritualidad (presencia de la realidad última en todos los seres), ecoculpabilidad (responsabilidad humana por el deterioro de la tierra), ecoascética (frente al consumismo), ecoliberación (respondiendo al gemido de la tierra y de todas las criaturas), ecoliturgia (visión sacramental de la naturaleza), y hasta de ecofeminismo (conjunción del tema ecológico con el tema feminista). Pero apenas ha pasado una década desde que, en el discurso de año nuevo del 90, habló Juan Pablo II de paz con la creación. El P. Häring insistía al final de su vida en la necesidad de una responsabilidad eficaz a escala mundial para nuestro planeta amenazado y de unas normas ecológicas para afrontar esta situación. "En el índice temático del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, decía, no se encuentra ni siquiera la voz correspondiente, y nada dice tampoco de una aportación para la formación del conocimiento y la conciencia moral en este sentido. Tampoco aparece la voz relativa al problema demográfico ni se habla de él. La preocupación por la regulación artificial de los nacimientos parece arrinconar estas cuestiones de importancia vital".

En la encrucijada de la ley natural, la conciliación entre relativismo cultural y búsqueda de universalidad sigue siendo asignatura pendiente. También continúa como área de perplejidad la cuestión difícil acerca de cómo se relaciona la función docente eclesial con la llamada moralidad natural. Cuando se publicó la Humanae vitae por Pablo VI, en julio del 68, Monseñor Lambruschini hizo la presentación para la prensa. Entre otras matizaciones con que suavizó el tema, precisó que la decisión papal acerca de la regulación de los nacimientos no zanjaba las cuestiones más fundamentales de la ley moral natural. El problema sigue pendiente, aunque hoy no se llegue al extremo de los días en que se afirmaba, en tiempo de Pío XII, que la autoridad magisterial para dictaminar sobre la ley natural abarcaba "sus fundamentos, interpretación y aplicaciones".


Basten estos pocos ejemplos para cobrar conciencia de las encrucijadas difíciles en que se encuentra hoy día la moral teológica. Ya no es simplemente un pluralismo dentro de marcos culturales semejantes, como cuando en el siglo XVII discutían jesuitas y dominicos sobre cuestiones escolásticas. Ahora estamos ante un pluralismo más radical, ante el reto de lo intercultural, lo interdisciplinar y lo interreligioso. Por eso no se saldrá de los atascos en la encrucijada mediante consultas a catálogos de infracciones de tráfico. A diferencia de los manuales, que tanto juego dieron desde el siglo XVII hasta mediados del XX, hoy nos percatamos de que no vamos en un único vehículo por una única ruta hacia una única meta. Dicho en el lenguaje especializado de los pensadores hermenéuticos, hoy tenemos más conciencia de vivir en la corriente pluralista de la historia. Por eso hablamos de una "moral en la encrucijada"...

No hay comentarios:

Publicar un comentario