sábado, 10 de abril de 2010

MORAL DE INTERROGACIONES PAG 2

MORAL DE AYER Y MAÑANA (6)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 11 Abr 2010 - URL Permanente

MORAL DE AYER Y MAÑANA (6)

Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Segunda

1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos

2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana

3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.

4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.

5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia

6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos

6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos

Al final de este recorrido, hay que completar las cinco características anteriores con una mirada al inevitable lado de sombra y oscuridad. Quedaría demasiado redondeada y artificialmente simétrica la síntesis de moral, si nos limitásemos a los cinco puntos anteriores. Aunque no coloquemos, ni mucho menos, el tema del mal y el pecado en el centro de la moral, no podemos eludirlo. Nos preguntamos: ¿Cómo asumir, tanto a nivel personal como comunitario, los fallos? ¿Cómo aprender del pasado -tanto de los fallos como de los logros-, a la vez que repensamos la moral prospectivamente, de cara al futuro? ¿Cómo incorporar fallos y logros en un continuo proceso de crecimiento y conversión? ¿Cómo repensar el perdón como sacramento del futuro cristiano, es decir, que, "a pesar de todo", siempre hay un futuro y una posibilidad de empezar de nuevo?

Hace ya unas décadas que el planteamiento de estas preguntas se ha visto enriquecido por la comprensión de la simbólica del mal. Son ya clásicas las reflexiones de P.Ricoeur que, en Finitud y culpabilidad, hizo ver los diversos niveles de captación del mal: como mancha, como transgresión, como culpa; preparó así el camino para una simbólica de la esperanza. La hermenéutica moral reciente se remite muy fecuentemente a su antropología. Es posible, además, prolongar semejantes reflexiones sobre el tema del mal de manera que se las haga conectar con elementos muy importantes de la tradición teológica cristiana. Depurada la noción de culpa con la ayuda de la citada obra de Ricoeur, releemos admirados el texto clave de Santo Tomás, en que dice que, al pecar, no ofendemos tanto a Dios cuanto a nosotros mismos.1 El pecado es una autotraición.

Desde esta perspectiva se ha hecho más fácil superar algunas observaciones superficiales como, por ejemplo, contentarse con atribuir la pérdida del sentido del pecado a la supuesta falta de fe o contentarse con unas generalidades sobre el ambiente permisivo a sobre los rechazos provocados por defectos institucionales de la comunidad creyente. La profundización en la antropología de la culpabilidad y en la ambigüedad de las realizaciones históricas de lo humano han facilitado en la segunda mitad de este siglo la reflexión teológica sobre el mal. Estamos mejor preparados para captarlo en sus implicaciones sociales y desde sus raíces en la vulnerabilidad y ambigüedad del ser humano.2


Estos temas han recibido a lo largo de las últimas décadas dos retos fuertes, que la vez han sido dos grandes ayudas. El pensamiento sensibilizado ante la injusticia nos ha abierto los ojos a la realidad social y estructural del pecado. El pensamiento atento a la aportación de ciencias humanas y psicoanálisis se ha abierto más a las dosis de incertidumbre con que nos amenaza el inconsciente. Como consecuencia, se han corregido cada vez más los enfoques individualistas y racionalistas acerca del mal y el pecado.

A distancia de los momentos más conflictivos en torno a la teología de la liberacion y al psicoanálisis, en el siglo XX, la moral del futuro podrá, sin necesidad de exageradas defensas y ni ataques, redescubrir lo mejor de ambas aportaciones. Ha aumentado, gracias a la teología de la liberación, la sensibilidad para el problema de la justicia social y el aspecto estructural del pecado. Uno de los cambios principales durante estos años, por lo que se refiere al tema del pecado, ha sido la mayor sensibilidad para sus aspectos sociales, estructurales, colectivos. Pero, tanto a nivel individual como colectivo, queda aún por repensar, tras haber pasado por los retos de la psicología profunda, lo que puede ser una conciencia de culpa sana, no patológica. Dicho de otro modo, cuál sería la alternativa evangélica frente a los extremos de no reconocer la culpa y de obsesionarse o desanimarse a causa de ella. Tanto a nivel individual como colectivo, necesitamos aprender en la iglesia a tratar el problema del fallo moral (uso intencionadamente esta expresión, más amplia que pecado, falta o culpa). Los perfeccionismos llevan consigo los extremos del idealismo y el desánimo. El aprender humildemente a partir de los errores, fallos e insuficiencias del pasado es una manera muy saludable de crecer, mediante una conversión continua.

Es importante cobrar conciencia de lo mucho que necesitan este aprendizaje, tanto el individuo como la comunidad cristiana. Podemos aprender mucho mediante el examen y la reflexión acerca de las opciones morales que han dado como resultado un mayor crecimiento en humanidad y en vida cristiana, así como de los fallos que han supuesto un retroceso en lo humano y en lo cristiano.

 Aduzcamos un ejemplo de la historia de la teología. Cuando Tomás de Aquino escribió su tratado De regimine principum organizó la metodología en torno a tres cuestiones: "¿qué nos dice la Biblia? ¿qué es lo razonable? ¿qué nos enseña la experiencia de la historia?" Las dos primeras cuestiones han sido habituales en teología moral. La tercera no siempre ha sido tenida en cuenta suficientemente. Además de buscar orientaciones en la Biblia y en la luz de la razon humana, Tomás se preguntaba de un modo muy concreto acerca de la experiencia historica con sus logros y fallos. Un método parecido se encuentra actualmente, por ejemplo, en la carta pastoral de los obispos estadounidenses sobre la paz (1982). Dedicaron amplio espacio a una reflexión acerca de los pasados fallos y del desarrollo que ha venido experimentando el pensamiento cristiano sobre la guerra y la paz; por ejemplo, las limitaciones de las teorías sobre la "guerra justa". Esta metodología es particularmente importante hoy día, al tratar de integrar la mentalidad histórica contemporánea y la mentalidad clásica, más estática, que dominó durante mucho tiempo en la teología moral católica.

 La Teología moral debe mirar hacia el futuro, preocupada por ayudar a tomar buenas decisiones, pero reflexionando a la vez sobre el pasado, tanto en lo que conlleva de logros como de fallos. Esto supone una continua corrección y enmienda a la luz de logros o fallos en el pasado y de cara al futuro. Una moral que asuma estas tareas será una moral reconciliada y, además, tendrá capacidad para convertirse en reconciliadora. Para uno y otro aspecto necesitará ser, como hemos visto en el epígrafe primero, una moral creyente. Vuelvo a tomar, al final de estas límeas, el motivo central con el que comencé. Una moral creyente es una moral que brota de la religiosidad. Pero eso no quiere decir que "bauticemos" con religiosidad una moral estrecha de mandamientos, sino que de la vivencia religiosa madura brote una moral de respuesta y de esperanza, en vez de una moral triste de obligaciones y sanciones.

Sobre este punto sigue siendo muy iluminador lo que escribió hace tiempo Ricoeur. En un estudio sobre la desmitificación de la acusación3, en 1965, distinguía Ricoeur entre desmitificar y desmitologizar. Desmitificar es renunciar al mito, reconociéndolo precisamente como mito. Desmitologizar es reconocer la riqueza simbólica del mito y liberarse de la racionalización que lo estropea. Es decir, renunciar al mito como explicación, para quedarse con el mito como sugerencia antropológica y recuperar su valor simbólico.

 A la hora de desmitificar la acusación, piensa Ricoeur que el psicoanálisis nos ayuda más que el mero análisis de la obligación. Y se pone a "acusar a la acusación", sospechando de ella. La acusación está sobreentendida en la obligación; por tanto, no nos es accesible directamente, ha de ser descifrada. Lanzados a esta tarea, cazadores en busca del sentido, seguimos su pista sospechando del sentido aparente y olfateando un segundo sentido disimulado por el primero. La conciencia pasa de ser juzgada a juzgar a la acusación que la juzgaba a ella. "El tribunal de la conciencia pasa a ser acusado ante el tribunal del deseo". Al interpretar de este modo la obligación como "acusación acusada" queda subordinada en función del deseo, que es algo más radical. Se ha remontado Ricoeur desde la obligación hasta el deseo de ser, raíz de la ética.

 Para una filosofía reflexiva como la suya, centrada en el sujeto que habla, hace y padece, más que en un enfoque estrecho de la conciencia, la ética es “nuestra apropiación de nuestro esfuerzo por ser; no la mera obligación, sino el proceso de nuestra propia liberación. En la base de ella hay un "yo soy" que es un "yo quiero ser". El fundamento de la ética radica en tener que ser lo que originariamente se es: "hazte el que eres".

 En relación con este enfoque está su manera de considerar la ética religiosa: no quiere que se dé, en ética, el paso a lo religioso mediante un simple relacionar un mandamiento moral con una manifestación divina. También esto requiere ser desmitologizado. Hay que evitar, dice, que la característica de una ética religiosa se ponga en la vinculación de la norma con la voluntad divina. Que no se limite la religión a un mero sacralizar de las prohibiciones. La moral bíblica nos enseña que todo está salvado, a pesar de que todo estaba perdido. Es importante relacionar el mensaje cristiano con el deseo, raíz de obligación, más que con las solas obligaciones. La teología hace por comprender este mensaje de cara al testimonio. La filosofía reflexiona sobre él relacionándolo con el deseo radical. La pregunta "¿qué puedo esperar?" es mucho más radical que la del "¿qué debo hacer?"

 Desmitologizadas así la acusación y la transgresión, resulta que lo opuesto al pecado no es la moralidad, sino la fe. En este enfoque, Cristo no es el héroe del deber, sino el esquema viviente de la esperanza, símbolo vivo de su cumplimiento y fundamento de su realización. Entendida así la religión, no limitará su papel a sacralizar las prohibiciones, ni reducirá el mal a una mera transgresión de un mandato. Quedan desmitologizadas, tanto la transgresión como la acusación. Para la religión, el mal se sitúa ante Dios. El pecado es ruptura de relación de confianza con El. Para el puritano, el mal es algo condenable, pero cuyo origen y esencia no se captan. Se queda en condenarlo y no se abre a la esperanza. Para la religiosidad, el problema no es el origen del mal, sino su fin.4 Lo opuesto al pecado no es ya la moralidad, sino la fe. Y el pecado más radical, la desconfianza. 5Estas sugerencias del filósofo hermeneuta me parecen programáticas para que la moral religiosa del mañana sea una moral reconciliada y reconciliadora.

 A modo de epílogo: Oídos, boca, pies y corazón para la teología moral.

 Una teología moral desde hoy para mañana, desarrollada como reflexión evangélica sobre la vida, se caracterizará por ser una moral con oidos para escuchar, boca para preguntar, manos y pies para acompañar y corazón para dar esperanza.

 Una moral con oidos para escuchar: al Evangelio y a la vida. Escuchar lo que nos dicen de la experiencia y de la vida los que la viven día a día. La voz del cristiano seglar deberá escucharse, no como una mera referencia, sino como un lugar privilegiado para repensar la moral cristiana. La experiencia de la vida cotidiana, lugar en el que viven y buscan, sufren y gozan, dudan y descubren sentido los creyentes, es también un lugar -¡un locus theologicus!- para discernir la teología moral. Más aún, habrá que prestar atencion a la voz del creyente de otras religiones o al agnóstico de buena voluntad.

 Una moral con boca para preguntar : capaz, antes de dar respuestas, de convivir con la duda, integrar la incertidumbre y asumir la ambigüedad. Ya no se limitará a esperar que sean especialistas en moral quienes tomen en exclusiva la responsabilidad de las justificaciones teóricas morales; no considerará la moralidad como un monopolio de los creyentes; tampoco reducirá el papel orientador del magisterio eclesiástico a la simple llamada al orden de moralistas presuntamente alejados de la ortodoxia. Será tarea de toda la iglesia entera (Veritatis splendor, 109), en diálogo con la humanidad, esta búsqueda de una moral que surja como reflexión evangélica desde y sobre la vida.

 Una moral con manos y pies para acompañar: caminar junto con las personas en el proceso de las tomas de decisión, ayudando antes de decidir y no dejando abandonadas a las personas después de la decisión, incluso en aquellos casos en que lo decidido no haya sido lo correcto y deseable. Una moral así no reducirá la pastoral a una simple aplicación práctica de lo elaborado de antemano por los teóricos.

 Una moral con corazón para dar esperanza será una moral que anima: moral esperanzada y esperanzadora. Para ello habrá que tomarse en serio Gal 5,1: para ser libres nos libertó Cristo. Una moral así nos animará a ser libres, porque "donde está el Espíritu, allí hay libertad" (2 Co 3) para dialogar y discernir en comunidad, en medio del mundo, y poder responder al programa de Rom 12, 2: renovar la mente para discernir.

1 Thomas Aquinas, Summa contra gentiles 3, 122

2 Me remito a mi estudio de antropología filosóica El animal vulnerable. Introducción a la filosofía de lo humano, U.P.Comillas, Madrid 1997

3 P.RICOEUR, Introducción a la simbólica del mal, trad. esp. de El conflicto de las interpretaciones, p.I, Buenos Aires: Megápolis, 1976, pp. 75-93; cf. art. original en E.Castelli, ed., Démithologisation et morale, Paris:Aubier,1965

4 P.RICOEUR, Introducción a la simbólica del mal, Buenos Aires: Megápolis, 1976, pp. 167-182

5 A la luz del mensaje cristiano, el mal no está al principio, sino al fin. O, más exactamente, en el medio: se anuncia primero la salvación y la esperanza; se confronta luego la objeción del mal; y, en tercer lugar, se vuelve a esperar, con el matiz de "a pesar de todo..." También a esta desmitologización de la acusación y transgresión corresponde una revisión de la imagen de Dios: se transforma el temor ante la cólera divina en el temor de no amar bastante. Y el arrepentimiento ya no será un remordimiento cruel, sino un pesar por haber desperdiciado la oportunidad de la gracia y por no haber confiado suficientemente.

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MORAL DE AYER Y MAÑANA (5)

Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 11 Abr 2010 - URL Permanente

Pasada la Semana Santa, dedicada a las reflexiones pascuales, retorna en este blog la publicación de capítulos del libro de Juan Masiá, Moral de interrogaciones, de. PPC, Madrid 1998. En carta reciente del Director de PPC al autor, el 23 de febrero de 2010, se comunicaba que la edición está agotada y descatalogada. “Nos vemos, dice, en la necesidad de declarar obsoleto este libro, del cual ya no tenemos existencias y no vamos a reimprimir”. Ante las reiteradas peticiones de lectores y lectoras que han tenido que recurrir a librerías de viejo en Buenos Aires, México y Sevilla para adquirirlo, el autor ha optado por publicarlo en el blog, para poner el texto gratuitamente al alcance de quienes todavía lo consideren relevante. Es oportuno notar que el libro fue publicado con los debidos permisos eclesiásticos y el nihil obstat obtenido a través de los superiores religiosos del autor).

Parte Segunda

1. Moral creyente:iluminada y motivada por valores evangélicos

2. Moral en situación: aleccionada por la experiencia humana

3. Moral comunitaria: ayudada por el diálogo en la sociedad y en la iglesia.

4. Moral razonable: orientada por la reflexión sobre criterios, normas y principios.

5. Moral personal: capaz de decidir responsablemente desde la conciencia

6. Moral reconciliadora: capaz de asumir logros y fallos

5. Moral personal: responsable desde la conciencia

El paso de una mentalidad "clasicista" a una mentalidad "con sentido de la historicidad", tan bien explorado en los escritos de Lonergan, fue decisivo en la redacción de la Gaudium et spes, que se centró en una conciencia personalmente responsable. Hoy día se percibe cada vez más la necesidad de una sabiduría práctica que no identifique sin más la responsabilidad moral con la certidumbre absoluta. Las preguntas aquí serán: ¿Cómo conjugar la preocupación seria por la búsqueda de la validez y comunicabilidad de los valores morales, más allá de todo capricho individualista, con la igualmente seria responsabilidad de ser fiel a sí mismo y obrar según lo que tradicionalmente se ha llamado "de acuerdo con la voz de la conciencia"? ¿Cómo repensar el tema de la conciencia de manera que no se la identifique ni con un super-yo, ni con una autojustificación, ni con una crisis adolescente antiautoritaria? ¿Cómo recuperar lo mejor de la tradición acerca de la prudencia en relación con una concepción adulta de la fe y la moral? ¿Cómo presentar de una manera adulta la enseñanza sobre la conciencia de manera que se fomente, al mismo tiempo, la responsabilidad subjetiva y la preocupación por la objetividad de la moralidad?1


Aquí tenemos una de las principales tareas en la teología moral de hoy y de mañana: la educación de los cristianos para tomar decisiones responsablemente de acuerdo con su conciencia: una conciencia adulta, informada por valores, criterios y estilos de actuar según la pauta de Jesús. El texto tradicional acerca de la conciencia en el Nuevo Testamento es Rom 2,15, en el mismo contexto en el que Pablo habla de una ley moral no escrita, grabada en los corazones. Uno de los mayores énfasis en la importancia de actuar de acuerdo con la conciencia se encuentra en Rom 14, 23, en el mismo contexto en el que Pablo acentúa el aspecto comunitario y la repercusión de nuestras decisiones y manera de actuar sobre los demás miembros de la comunidad, teniendo en cuenta especialmente a los más débiles (Rom 14, 13-23). El capítulo 12 de la misma carta a la iglesia de Roma es un buen ejemplo de cómo tratar las cuestiones morales de un modo propio de adultos. Es también un buen punto de partida para resaltar la importancia de la conciencia. Frente al modo infantil de actuar, por miedo a castigo o esperanza de premios, san Pablo recalca la importancia del modo de actuar como adulto responsable de la coherencia de su acción con sus propias convicciones. Hay que tener en cuenta que san Pablo integró en su enfoque de la conciencia la noción corriente de la época griega y la perspectiva cristiana: la actividad del Espíritu en nuestro interior, que ilumina el discernimiento. La Patrística Griega desarrolló bien este aspecto, mientras que la Patrística Latina acentuó más el papel de la conciencia como un juez. El Concilio Vaticano II (Gaudium et spes n. 16) recuperó lo mejor de la tradición acerca de la conciencia, abriendo así el camino para el diálogo con el pensamiento contemporáneo y con la situación pluralista de la sociedad actual.

Hoy se acentúa mucho más el que la conciencia soy yo mismo, pero vinculado a Dios por la escucha de fe. No un super-yo que se me imponga desde fuera, ni un yo superficial y caprichoso que me impulse desde dentro, sino un yo situado más en el fondo de la autenticidad. La conciencia, en vez de ser meramente una voz interior que me remita a una norma exterior, es la voz de la autenticidad que me llama a ser yo mismo, "hazte el que eres", y a escuchar la voz de Dios: un Dios que por su espíritu está en mi intimidad (El en mí y yo en El), no para imponérseme, sino para hacerme ser. Cuando me dejo llevar del Espíritu en la receptividad radical, estoy "dejándole que me deje ser y me haga ser". Cuando se entiende la conciencia así, desde la experiencia fundamental de captarse a sí mismo en el mundo y con los otros, teniendo que realizarse y pudiendo realizarse libremente, esa conciencia, a la vez que un no a la mera extrinsecidad de las normas, es un no a la arbitrariedad del capricho. Es el doble aspecto que subraya la Gaudium et spes: ni una coacción externa, ni un impulso ciego (GS. n. 16-17). Antes de preguntarme qué debo hacer, me pregunto qué puedo, qué quiero y qué debo ser. La conciencia me dice que con un determinado comportamiento me transformo, que con lo que hago "me hago a mí mismo". Lo malo no es simplemente algo que "no debía haber hecho", sino el haber sido lo que no debía ser y, en el fondo, lo que "mi mejor yo" no quiere ser. Al hablar así, no se tiene presente a un mero agente solitario confrontado con una decisión sobre una obligación o arrepintiéndose de un fallo, sino que presupone la antropología del GS n. 11: un ser humano vocado, creado a imagen de Dios, liberado, esperanzado, llamado a formar comunidad. Desde una antropología así se enfocan problemas como el de GS 51, donde se dice que la actividad humana debe ser juzgada en la medida en que se refiere a la persona humana integramente y adecuadamente considerada.2 Por eso el criterio para juzgar la conducta sexual de los esposos no es exclusivamente si el acto es apto para la procreación, sino lo que significa en su conjunto para la promoción de la persona humana y de sus relaciones.3

El papel de la conciencia así concebida no es el de un mero aplicar normas generales a casos particulares, sino ayudar a la persona a que sea auténtica en su actuación y objetiva, es decir, actúe de acuerdo con la realidad humana concreta con miras a humanizarla.4 De este modo, en la moral prevista y deseada para el futuro, la mediación entre las actitudes evangélicas y los problemas que surjan en la experiencia de la vida vendrá de un enfoque personalista sobre la conciencia como el que propuso Gaudium et spes. A lo largo de los siglos se había ido estrechando el modo de entender la conciencia: se había reducido a aplicar principios y normas deductiva y automáticamente, buscando la mayor claridad, certeza y seguridad. Pero, a partir de una comprensión más exacta de la libertad humana, se ha profundizado en la decisión personal y responsable. La conciencia es mucho más que un mero recurso para aplicar principios y normas a casos particulares. Ya los debates de los años 50 sobre la ética de situación repercutieron en el descubrimiento de algo tan tradicional como el discernimiento, que había quedado olvidado en teología moral. J.Mahoney ha señalado la importancia de que confluyera la tradición profética y la tradición sobre la conciencia con la tradición espiritual del discernimiento.5 Estamos ya lejos de considerar la conciencia como si fuera un mero juez, una luz roja de semáforo, una alarma automática, una máquina calculadora, un directorio de ordenador o, en definitiva, una fuente de ansiedad. Hemos recuperado la intuición de los Padres griegos que veían a la conciencia como el "pedagogo". Por consiguiente, ya no se reduce la conciencia a una norma subjetiva y las leyes a lo objetivo. Unas y otras aspiran a la objetividad. Unas y otra pasan por la subjetividad. Conectamos aquí con el sexto rasgo que queda por exponer.

1 E.J.COOPER, "The Fundamental Option", Irish Theological Quarterly, 39(1972)383-392 begin_of_the_skype_highlighting 39(1972)383-392 end_of_the_skype_highlighting begin_of_the_skype_highlighting 39(1972)383-392 begin_of_the_skype_highlighting 39(1972)383-392 end_of_the_skype_highlighting end_of_the_skype_highlighting begin_of_the_skype_highlighting 39(1972)383-392 begin_of_the_skype_highlighting 39(1972)383-392 end_of_the_skype_highlighting end_of_the_skype_highlighting; Ph.DELHAYE, La conciencia del cristiano, Herder, Barcelona 1980

2 cf. Schema constitutionis pastoralis de ecclesia in mundo huius temporis: expensio modorum partis secundae, Vatican Press 1965, 37-38

3 L.JANSSENS, "Artificial insemination: Ethical considerations", Louvain studies, 8, 1980, 3-29; M. RUBIO, "El sujeto como epicentro de la ética cristiana postconciliar", Moralia, n.33, 9(1987/1)3-18; J.A. SELLING, (ed.), Personalist Morals: Essays in Honor of Prof.L.Janssens, Bibl.Eph.Theol.Lov. n.83, Leuven: Univ.Press, Peeters, 1988

4 J.FUCHS, "The Absoluteness of Moral terms", Gregorianum 52 (1971) 415-457 begin_of_the_skype_highlighting 52 (1971) 415-457 end_of_the_skype_highlighting:

5 J. MAHONEY, "Conscience, Discernment and prophecy in Moral Decision Making", en O’Brien, Riding Time Like a River. The Catholic Moral Tradition Since Vatican II, Georgetown Univ. Press, Washington D.C. 1993;

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